sábado, 28 de febrero de 2015

RELATO BREVE - LA BODEGA DE BELARMINO

La nieve de las últimas semanas convertía a Villanol en una postal navideña. Todo lucía perfecto para las fotografías, pero la carretera permanecía cortada, los teléfonos no funcionaban y el único abastecimiento que lograban los vecinos era acercándose, con todo el peligro que eso
acarreaba, hasta la casa de Belarmino.
Era un pueblo como tantos otros donde la mayoría de sus habitantes eran octogenarios y en el que para ir al médico había que desplazarse a Minate, diez kilómetros montaña abajo. Aunque todos los inviernos pasaba lo mismo, las nieves siempre sorprendían a los vecinos sin existencias. La bodega de Belarmino, sin embargo, estaba bien abastecida; se podía encontrar en ella desde unos zuecos a una pala, y desde carne o pescado congelado hasta tabaco. Era su negocio, ilegal, eso sí, pero beneficioso para él y para todo el mundo.
Una mañana Belarmino no abrió por más que la señora Carmen insistió llamando al timbre y aporreando la puerta. Quien se asomó a la ventana fue Tomás, el vecino de la casa del al lado.
—¡Mujer, no sigas, que no está! A primera hora le llevó el Eustaquio con el tractor hasta Minate.
Carmen dio media vuelta y de camino a su casa pasó por la de su prima y aprovechó para pedirle un poco de leche. Allí comenzó el rumor que avocaría al pueblo a una situación trágica.
—El Eustaquio ha tenido que llevar a Minate al Belarmino con el tractor. Me imagino que al médico, ya sabes que está muy delicado —dijo Carmen mientras se comía un trozo de pan con chorizo.
El rumor se fue amplificando a medida que daba la vuelta a las esquinas, de tal modo que por la noche la noticia era que Belarmino había muerto después de recibir los Santos Óleos.
A la mañana siguiente Carmen se presentó en casa de Tomás acompañada por su prima. Las invitó a un café y hablaron de lo bueno que había sido su vecino y de que siempre estaba dispuesto a prestar dinero a cualquiera.
—Sabemos que tienes la llave de la bodega de Belarmino —afirmó Carmen—. Creemos que lo natural es que nos aprovechemos de lo que el pobre tenía allí guardado, al fin y al cabo no lo necesitará. Dime,  ¿quién le atendió cuando estaba solo? Desde luego no esa familia que pueda aparecer ahora reclamando sus pertenencias. Por eso los víveres deben ser para nosotros.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Tomás—. ¡Carmen, por Dios, no sabemos si está muerto o no! Yo por lo menos no me fio de los rumores.
—Ya, lo que pasa es que teniendo tú las llaves, te quieres quedar con todo, ¿no es eso? Pues por las buenas o por las malas nos lo vamos a repartir.
Ante tal tesitura Tomás se apuntó al expolio. Cuando estaban dentro de la bodega alguien empujó la puerta. Después entró otra persona, y otra, y otra más. Así hasta que casi todas las casas del pueblo obtuvieron parte del botín.
Cuando estaba anocheciendo las líneas de teléfono cobraron vida y Tomás recibió una llamada que le produjo más desazón que cuando estaba recogiendo el tabaco y la munición de caza de la bodega de su vecino.
—Tomás, soy yo, el Belarmino. Estoy en casa de la hija del Eustaquio. Mañana él se quedará aquí para ir al médico, pero me presta el tractor para que pueda subir al pueblo.
Cuando colgó corrió casa por casa para dar la buena noticia y pedir que devolvieran todo lo que se habían llevado de la bodega. Sólo encontró por respuesta caras serias y más compungidas que cuando le creían muerto. Esa noche esperó hasta muy tarde, pero nadie apareció.
Por la mañana no nevaba y Tomás subió hasta el risco. Desde allí vería a Belarmino cuando llegara y bajaría para darle la noticia en persona. Por el camino del pueblo vio aparecer a varios vecinos que se apostaron a un lado de la carretera. Iban provistos de palos y uno de ellos llevaba un fusil. La situación le pareció peligrosa y corrió hasta su casa para coger la escopeta. Llegó a tiempo de ver como Belarmino se bajaba del tractor y el marido de Carmen le apuntaba a la cabeza. Tomás dirigió su escopeta hacia el hombre armado y sonó un disparo que alertó a todo el pueblo.


MICRORRELATO ACOMPÁÑAME SIEMPRE

Medalla de Oro en Netwriters Gigantes - Tema: Normas - 26/02/2015

P caminaba ufano siempre un paso por delante de M.  Pasearon juntos durante mucho tiempo hasta que un día la vio acompañando a B.  Al principio no le dio importancia, sin embargo poco a poco un sentimiento de angustia le fue embargando.

Cuando estaba con M trataba de que ésta no notara su malestar, pero  viendo que seguía con B no consiguió evitar una confrontación y le preguntó a gritos.

—¿Por qué tienes que acompañar a B? 
—Son las normas y no me las puedo saltar.
—Pues que vaya tu hermana N con él. Al fin y al cabo os parecéis mucho.

—Lo siento P. Lo dice una norma de ortografía y ni por ti ni por nadie osaré desobedecerla.


domingo, 22 de febrero de 2015

RELATO BREVE - DISEÑANDO EL JARDÍN

Luis cambió el piso del centro por un chalet en una exclusiva urbanización a las afueras de Madrid. Con sesenta años tenía el futuro asegurado ya que su clínica de cirugía plástica le daba para llevar una existencia holgada. Su mujer, quince años más joven, no trabajaba y mantenía una saludable vida social.
Emilia se enamoró de la casa nada más verla. Sólo tendrían que reformar el jardín, que lucía un estado lamentable. Contrataron a una empresa de jardinería y después de un par de reuniones, el boceto les pareció perfecto.
Emilia observaba a la cuadrilla instalando tepe, cuando vio a un par de obreros cavando un hoyo para colocar el olivo que habían adquirido. Corrió hasta ellos y les indicó que el sitio para hacerlo estaba un metro a la derecha. No era el lugar que Luis y el diseñador habían establecido, sin embargo era la zona donde ella quería ubicarlo. Habían profundizado un metro cuando descubrieron unos huesos que parecían humanos. Sin perder un segundo Emilia avisó a la policía.

El chalet se había comprado a una sociedad de la que no quedaba rastro. La policía estuvo interrogando por la zona, pero nadie conocía al misterioso vecino, ni siquiera podían describirle ya que el coche que alguna vez aparecía por allí llevaba los cristales tintados.
Luis y Emilia discutían por cualquier tema desde el hallazgo de los huesos.
—Si no hubieras cambiado la ubicación del olivo, nada de esto hubiera sucedido —exclamaba él.
Una tarde la policía apareció por la casa y Luis salió a recibirles.
—Señor Carranza, queda detenido por el asesinato de Inés Alonso —dijo el inspector.
Los ojos de Luis se abrieron como platos y en su mente cobró vida una pregunta ¿Cómo era posible que lo hubieran descubierto?
—Emilia, avisa a Fernando Matas —gritó Luis.

Le llevaron a la comisaría. Emilia se presentó allí con Fernando, el joven abogado que llevaba los temas de la clínica, y esperó recorriendo el pasillo de un lado para otro mientras él entraba a la sala de interrogatorios.
Sentado frente a la mesa Luis le hizo un gesto con la cabeza. Al momento pasó un inspector y comenzaron las preguntas.
—Tenemos la confesión escrita del hombre que estaba con usted cuando mató a Inés Alonso con un golpe en la cabeza —señaló el policía.
El abogado pidió a Luis que no dijera nada, pero él contestó.
—No la maté. Me pasé con la anestesia.
—Y ¿por qué el señor Carlos Gutiérrez le acusa?
—No puede ser. Fuimos socios durante diez años. Pusimos a nombre de una sociedad el chalet que compramos como inversión con los beneficios de los dos primeros años. Nos iba bien porque el boca a boca se extendía como la pólvora. Mucha gente famosa ha pasado por nuestros bisturís. Inés no quería que la gente supiera que se había retocado, por eso nos pidió que la ingresáramos por la noche con un nombre falso y que en la intervención sólo estuviéramos Carlos y yo; temía que alguna enfermera se fuera de la lengua.
—¿Y nadie se enteró?
—Nadie. Esa misma noche pasamos al quirófano. Se me fue la mano con la anestesia. No debíamos arriesgarnos a un escándalo que sería nuestra ruina. A Carlos se le ocurrió la idea de enterrarla en el jardín. El resto se lo pueden imaginar. El golpe en la cabeza fue debido a que se nos cayó al sacarla del maletero y su cabeza chocó contra el bordillo.
—¿Y el señor Gutiérrez vivió en el chalet?
—No podíamos venderlo por si encontraban el cadáver así que Carlos lo usaba algunas temporadas. Ahora se quería ir a vivir a Nueva York con una amiga y yo tenía que hacerme cargo.
—Pues se ha suicidado, pero ha dejado una confesión —dijo el policía.

El abogado salió de la sala y Emilia se le acercó.
—Todo bien —susurró el abogado—, vámonos.
Cuando subieron al coche, Emilia le acarició una pierna.
—Lo hemos conseguido. Me da un poco de pena la forma en que engañé a Carlos. El infeliz creyó que iría con él a Nueva York.

—Cariño —contestó el letrado—, no te preocupes. El viejo estaba enfermo y tu marido te ha engañado mil veces. Por cierto, la imitación de la letra de Carlos te salió genial.

domingo, 15 de febrero de 2015

RELATO BREVE - ¡AY LOS NIETOS!

Son las cinco de la mañana y la circulación por la calle Velázquez es insignificante, sólo algún trasnochador circula a gran velocidad haciendo caso omiso de los semáforos. Cuqui, al lado de la ventana, mira sin ver a través de los cristales. Pasados unos minutos cierra las cortinas y se recuesta en un sillón. Sabe que la noticia que les ha transmitido su hijo Borja esa misma tarde marcará su existencia de una manera radical. ¿Cómo será capaz de asumirlo?

Cierra los ojos e intenta recordar cuando empezaron a llamarla Cuqui. De pequeña no, seguro; su tata la llamaba señorita y sus padres nena. Siguió siendo la señorita en el internado de Suiza donde transcurrió su adolescencia. Al volver a Madrid; sí, debió de ser entonces. Por aquel tiempo empezó a salir con una pandilla que conoció en el club de campo. ¡Qué bien lo pasaba con Pochi, Curri, Mapi y los chicos!

Ahora recuerda que fue Mapi la que comenzó a llamarla Cuqui porque consideraba que Brígida era vulgar. Sin duda alguna ha sido su mejor amiga, la que más la conoce y la que siempre la ha apoyado en todo.
                   
La primera vez que vio al que ahora es su marido, fue en la celebración de su vigésimo cumpleaños. Había acudido, junto con otros invitados, a la merienda que su familia organizó en su honor. Fernando compartía el mismo gusto que su padre por el mundo castrense y ese primer día Cuqui escuchó que le aguardaba un futuro prometedor. Y así fue, no pudo irle mejor.
                          
Fernando, su Fernando, que bueno ha sido siempre. Le ha permitido todos los caprichos, la ha tratado como a una reina sin pedir nada a cambio; bueno sí, hubo algo, quiso tener un hijo. A regañadientes Cuqui accedió, pero con la condición de que contratarían una niñera interna y que no daría el pecho al pequeño.

¿Pequeño? Pequeño no, eran gemelos. ¡Dios mío, me voy a poner gordísima! ¿Cómo voy a parir a dos? ¡Qué dolor! Se quejaba la joven que con veinticinco años era una mujer muy bella y elegante. Por más que su esteticista le proporcionó tratamientos caros, le salieron estrías que Cuqui tuvo que esconder, pasando de los bikinis a los bañadores más exclusivos de las primeras firmas.

Los niños, dos chicazos sanos y robustos, no le dieron quebraderos de cabeza. Crecieron llamándola por su nombre y sintiéndose más unidos a la niñera que les cuidaba día y noche que a su propia madre.

Cuqui seguía haciendo la misma vida que antes de quedarse encinta: clases de pilates, aperitivos y comidas con sus amigas, partidas de bridge en el club, rebajas en Londres, un viaje al año a Nueva York y, por supuesto, asistencia a los desfiles de modas de Paris, Roma y Berlín. Compartía sus aficiones con sus amigas, pero sobre todo con Mapi; las otras se habían ido despegando del grupo a medida que habían formado sus propias familias.

Los gemelos habían continuado los pasos del padre estudiando la carrera militar y con veinticinco años se habían independizado. Jorge se fue a vivir con un amigo y Borja con su novia.

Cuqui abre los ojos cuando Fernando enciende la luz del salón y comienza a masajearle los hombros. Él sabe de su tristeza igual que intuye que no puede ayudarla. Su mujer no comprende que este ilusionado. Piensa que le hará viejo. “Y encima gemelos…” le había comentado mientras cenaban. Por más que había intentado hacerle comprender que era algo natural, ella no lo veía así.

Por fin Cuqui parece reaccionar, se vuelve hacia su esposo y tomándole de las manos se queja.

—No quiero ser como algunas de mis amigas que no paran de hablar de sus nietos. Son pesadas: que si el niño ha crecido, que si no puede hacer caquitas, que si… ¡yo qué sé!

—Cariño, tienes que asumirlo y disfrutar de esta nueva etapa.

Ella sabe que su marido tiene razón. El mismo consejo le dio su psicólogo cuando comentó con él lo mal que se sentiría si sus vástagos procrearan. Aún así se niega a dejar de ser joven y ¿qué puede ser peor para sentirte anciana que tener nietos?

—Una cosa le voy a pedir a Borja: de ninguna manera quiero que me llamen abuela.

domingo, 1 de febrero de 2015

RELATO BREVE - OBRAS EN EL PAZO HEREDADO

Medalla de Oro en Netwriters Tintero - Tema: Obras - 29/01/2015

En plena canícula del mes de julio Ana conducía por tierra lucense deleitándose con el verdor de su paisaje. Al llegar a su destino bajó del coche y solo tuvo que empujar la  cancela para que cediese al instante. Recorrió el camino umbrío que le separaba de la casa y quedó desilusionada al ver las condiciones en las que se encontraba  la fachada del pazo que acababa de heredar.
—¿Por qué nunca me hablaste de la tía Teresa? —había  preguntado Ana a su madre cuando le dio la noticia del legado.
—Se fueron a Brasil y perdimos el contacto. Ni siquiera sabía que habían vuelto a España —contestó ella zanjando la conversación.
La puerta obedeció a la vuelta de llave cuando Ana la giró. Con parsimonia  exploró las amplias habitaciones del edificio principal y de la casa de los guardeses. El polvo que se acumulaba por todos los rincones era más evidente en la capilla que estaba situada en medio de un jardín gallego plagado de hortensias, gardenias y rosales.
Ya había visto lo suficiente para hacerse una idea de la faena que la esperaba. Empezaba a oscurecer y dejando de mala gana el lugar, condujo hasta llegar a una casa del pueblo que alquilaba habitaciones. Eloisa, una mujer de unos sesenta años, la recibió con una cara sonriente que se transformó en una mueca cuando Ana le dijo que era la nueva dueña del pazo.
—Allí trabajé como criada para los anteriores dueños —dijo la mujer y mirando por la ventana susurró—, hubo mucho sufrimiento en aquel lugar.
Ana hizo como que no la había oído. Habría tiempo de sobra para que le contara historias sobre el pazo y su familia.
—Eloisa, ¿conoce usted a alguien que pueda ayudarme a limpiar, por lo menos el edificio principal? Me espera mucho trabajo si pretendo convertirlo en una casa rural y no quiero que me coma el polvo.
La patrona llamó a unas vecinas  y al día siguiente, mientras dos mujeres aireaban y limpiaban la planta primera y la cocina, Ana se dedicó al salón y empezó a dibujar bocetos para las obras de rehabilitación.
Al acabar el día volvió a la pensión satisfecha con los progresos y avisó a Eloisa de que al día siguiente pernoctaría en su nueva casa.
—¿Cómo era mi tía? —preguntó Ana.
—Podría contarle muchas historias. Algún día lo haré.
—¿Por qué no empieza hoy? —insistió la joven.
—Doña Teresa destacaba por su belleza pero también por su carácter  —comenzó Eloisa—. Yo misma sufrí sus ataques de ira con asiduidad, pero tuve que aguantarme por razones económicas.
—¡Cómo lo siento!  Mi madre nunca me habló de su hermana. Por lo visto pensaba que vivía en el extranjero hasta que llegó la llamada de un notario de Lugo.
—Volvieron de Brasil hará cuarenta años y vivieron aquí hasta su muerte. El pazo era de los padres del señor y lo acondicionaron para poder habitarlo. Por cierto, Ana, me ha dicho que quiere poner una casa rural. ¿Sabe la de obras que va a tener que emprender?
—Sí, lo sé, serán muchas. Voy a ver si localizo los planos para facilitárselos al constructor.
—Mire en la biblioteca. Además de para los libros, el señor la utilizaba como despacho. Igual los encuentra allí.
Las conversaciones entre las dos mujeres fueron habituales durante los siguientes meses y entre ambas nació una buena amistad que muchas tardes regaban con un licor de hierbas casero acompañado con tarta de Mondoñedo.
El primer día de octubre, mientras Ana y Eloisa comentaban sobre el color de la pintura, los obreros movieron los muebles del dormitorio principal y descubrieron que detrás del armario había una puerta. Cuando la abrieron hallaron una habitación decorada con motivos infantiles.
—No conocía esto —dijo Eloisa extrañada—. Los señores no tuvieron hijos.
Encima de una mesita encontraron una caja de música. Dentro apareció una carta y Ana reconoció al momento la letra de su madre. Nerviosa, sin saber el porqué, comenzó a leerla en voz alta.

“León, 6 de julio 1984
Querida hermana:
Pido a Dios  que al recibo de la presente estés bien de salud. Nosotros contentos por tener a la niña. Cuando llegó tu marido con ella no nos lo podíamos creer. Me gusta que le hayas puesto el nombre de la abuela, Ana. No sé cómo has logrado que en los papeles aparezca yo como su madre legítima, pero no me importa.
Espero que después de lo que ha pasado tengas cuidado. Ya te avisé que ese hombre no era bueno para ti y mira lo que ha hecho. Guardaremos para siempre el secreto y no diremos a nadie que la niña es  el fruto de los devaneos de tu marido con la criada. Fue buena idea decirle que su bebé nació muerto, nunca podrá buscarla y así no causará problemas.
Me dices en tu carta que volvéis a Brasil y creo que es lo mejor que podéis hacer.
Para terminar te doy las gracias por regalarme lo que la naturaleza no pudo ofrecerme, un ángel a quien querré como si fuera sangre de mi sangre.
Un abrazo  de tu hermana que te quiere“

Ana levantó la vista y miró a Eloisa. Ésta lloraba en silencio.