sábado, 24 de octubre de 2015

MICRORRELATO - SEXO BESTIAL

Siempre le habían dicho que cuando se enamorase sentiría mariposas en el estómago. Ahora que conocía esa sensación,  su entorno se había transformado en un mundo ideal, lleno de alegría y satisfacciones. Sabía que era su media naranja, con quien quería pasar el resto de su vida, sin embargo algo en su interior le hacía temer el momento en que con él descubriera el sexo.


La dulzura de su novio no evitaba que al ver su aspecto rudo e imponente, Bella se sobrecogiera cada vez que pensaba en lo que Bestia pudiera tener debajo de los pantalones.

sábado, 17 de octubre de 2015

RELATO BREVE - EL ORO DE LA LAGUNA


En el verano de 1840 se reúne en Lago de Carucedo un pequeño grupo de hombres para dar la bienvenida a Enrique Gil y Carrasco, escritor que se halla por esas tierras documentándose para su novela El Señor de Bembibre.

Entre los asistentes se encuentra Francisco Macías, el alcalde, que sin dudar, le invita a pernoctar en su casa, situada en la plaza de Lairó. Don Enrique acepta encantado, deseoso de escuchar las leyendas que le narrará su anfitrión durante la cena. Tras los postres salen al corredor a fumar sendos cigarros.

—Lo que le pueda decir es porque lo he escuchado de boca de los vecinos de este pueblo. Sin embargo, puedo contarle mi propia historia.

Gil y Carrasco se acomoda en el sillón, toma un sorbo de cuturrús y le invita a comenzar el relato.

—Aunque han pasado cincuenta años, recuerdo como si fuera hoy mi llegada a Lago. La nave que yo capitaneaba había sufrido tal destrozo, por culpa de un saboteador, que impedía que nos pudiéramos unir a la flota espacial que se dirigía a Zelados para la reunión anual de los Planetas Unidos por la Paz. La avería sufrida no se podía arreglar ya que nuestros almacenes no contenían el oro necesario para fundirlo y taponar los agujeros. Sería imposible llegar a ningún planeta de la confederación si no reparábamos el desaguisado.

Se estudiaron los mapas y se decidió descender en el planeta más cercano,  en un lugar donde fuera fácil encontrar el metal que necesitábamos. Trasco era un planeta que habíamos estudiado desde todos los ángulos y que nuestros dirigentes querían conservan al margen de la confederación. Se pretendía que fuera un planeta virgen al que pudiéramos acudir en caso de absoluta necesidad ya que las condiciones de oxigeno y presión, eran compatibles con nuestro sistema vital. Buscamos el lugar idóneo y tras la coraza de invisibilidad y con los motores en silencio, amerizamos sobre una laguna. Bajo sus aguas, nuestros magnetómetros habían detectado ingentes cantidades de oro. Poco después de sumergir la nave empezamos a trabajar a buen ritmo.

El metal que necesitábamos descansaba en las profundidades, debajo de la antigua aldea tragada por las aguas. El oro se hallaba al alcance de nuestros robots y tras un procesamiento sencillo, nos serviría para arreglar los desperfectos.

Todo iba saliendo según lo previsto y en tres días terrestres estaríamos en condiciones de seguir nuestro camino. Sin embargo, nuestros planes se vieron entorpecidos cuando los radares captaron una embarcación acercándose hacia nosotros.

El barco estaba justo sobre nosotros. Un cuerpo cayó al agua, justo frente al cristal del puente de mando. No podíamos hacer otra cosa que capturarlo. Una voz se alzó indicando que debíamos suprimir esa presencia, aunque parecía obvio que no necesitaríamos actuar para que su vida se extinguiese por sí sola. Algo en mí hizo que intentara salvarla. Creo que la expresión correcta es “amor a primera vista”. Pedí a algunos miembros de la tripulación que la introdujeran en la nave. A los pocos minutos me avisaron de que la habían reanimado y que se encontraba muy confusa y asustada. Me presenté ante ella con la verdad por delante, pero ella creía que había muerto y estaba ante un ángel. Me hizo gracia su comportamiento y la invité a recorrer la nave.

—Me da la impresión que la dama en cuestión es ahora su esposa, ¿me equivoco? —preguntó Gil y Carrasco.

—Así es, el oro, remedio necesario para mi nave y riqueza para los terrícolas fue mi aliado para encontrar la pareja que llevaba buscando desde hacía muchos años. La pena es no haber podido tener hijos con ella por la incompatibilidad de nuestros genes.

—¿De sus qué…?

—Ah, señor mío, a veces no me doy cuenta de que ustedes todavía hay muchas cosas que desconocen. Durante el próximo siglo, seguro que la investigación avanzará por los derroteros de la genética.

—Su historia, real o inventada, es muy hermosa. ¿Y cómo la cortejó? ¿Qué fue de la nave y sus tripulantes?

—Eso, amigo mío, lo dejaremos para mañana.

RELATO BREVE - UN CRUCERO MÁS


—Por algún motivo nos encontramos —dice el hombre a una mujer que se encuentra a su lado en esos momentos—. Que ambos viajáramos solos fue un designio del destino. La primera vez que paseamos por cubierta hacía frío. Me quité la chaqueta y te cubrí los hombros. Sin querer, mis dedos rozaron tu piel y mi cuerpo vibró. Cuando me miraste, no hicieron falta las palabras. Supe que en tu vida el sufrimiento era la tónica general y quise transmitirte un consuelo que, a su vez, yo mismo necesitaba. Estaba previsto un temporal, pero no de tal magnitud. Un movimiento brusco nos arrojó al suelo. Te ayudé a levantarte y cogiéndote por los hombros fuimos a refugiarnos a mi camarote. Tenías miedo de estar sola con esa tormenta y yo de que tú tuvieras miedo. Nada más llegar, el vaivén fue demasiado para mi pobre estómago, que empezó a protestar. ¡Vaya primera noche contigo! Cuando desperté te habías ido. Un mensaje en el espejo del baño, escrito con pintalabios, anunciaba nuestro próximo encuentro: después de desayunar, en la piscina.

»Te observé desde la distancia; estabas sobre una tumbona. Al verme me sonreíste y reconocí en tus labios una promesa de amor eterno. Se me desbocó el corazón. Después de la cena nos apoyamos en la barandilla y me sugeriste que acudiéramos a mi camarote. Fue nuestra primera noche de amor. Formamos parte de un universo únicamente nuestro. El blanco y negro dejó paso a colores pastel donde se mezclaron jadeos, suspiros y sonidos de deseo.

»La mañana del tercer día volví a despertarme solo. ¿Cómo explicar la sensación de abandono?  Busqué algún mensaje que me indicara dónde podría encontrarte. Fui de un restaurante a otro intentando localizar tu silueta. Hasta por la noche no te encontré e ibas del brazo de un hombre. Volví a mi camarote sin que me vieras. Tomé pastillas para dormir y entre sueños me pareció sentirte entre mis sábanas.

»Durante el cuarto día no salí de mi camarote, no quería tropezarme contigo y sin embargo, mi piel ansiaba fundirse con la tuya. Cuando viniste a recogerme para ir a cenar, ni siquiera te pregunté dónde habías pasado las horas anteriores. Quedaban tres noches, tras las cuales presentí que desaparecerías.

»A la mañana siguiente estabas en mi cama. La visita a Atenas nos llevó todo el día y al volver fuimos a mi habitación para saciar nuestros fuegos. Recuerdo muy poco de lo que me contaste de tu vida. Me diste un nombre, Susana, para que pudiera susurrarlo mientras te amaba. Sólo me interesaba que comenzaras una relación seria conmigo. Ahora recuerdo que me hablaste que habías embarcado con tu hermano y su mujer.

»El sexto día de crucero parecías rara, pero lo achaqué a que era la última noche que pasaríamos juntos. Disfrutamos de los lujos del buque y, tras la cena de gala, volvimos a mi cama. Después de hacer el amor salimos a la terraza. Me serviste una copa y te fuiste al baño. Tiré el líquido al mar; ya habíamos tomado mucho alcohol y no quería que afectase a mis facultades. Aún así, como tardabas, me adormecí. Un poco más tarde oí a un hombre que te preguntaba si me había hecho efecto el narcótico y contestaste que sí. Preferí hacerme el dormido y escuché como rebuscaba en los cajones, me imagino que para llevarse todo cuanto había de valor. ¿Por qué te quedaste aquí? No puedes contestar porque te he amordazado, ya lo veo. Cuando antes te lo pregunté me mentiste diciendo que nada de lo que oí era cierto. No eres la primera mujer que me engaña, ¿sabes? Pensé que contigo sería diferente, pero ha vuelto a suceder y no que me queda más remedio que hacer lo de siempre. Te tiraré por la borda, pero solo será un momento, luego no sentirás nada.

                      
En el muelle su médico está esperándole. La terapia de estos viajes parece sentarle bien a su esquizofrenia.

—¿Qué tal la travesía?

—Muy bien. Cada vez me gustan más estos barcos. Mañana mismo contrato otro.

—¿Has tomado tu medicación?
—Por supuesto y no he tenido alucinaciones. Todo ha transcurrido muy bien, como las otras veces. 

RELATO BREVE - EL HEROISMO DE "EL NENE"


Manuel nació en el seno de una familia muy humilde al otro lado del Atlántico y el mejor juguete con el que disfrutó fue un balón que su madre había encontrado en una papelera. Con el tiempo, un ojeador descubrió su talento con el esférico y le fichó para jugar en el equipo local.

Con su madre, viuda desde hacía años, se estableció en un piso grande y luminoso. Su nombre fue sonando a medida que sus goles levantaban de los asientos a los hinchas de la ciudad. Después de varios años, durante el mercado de invierno, le fichó un equipo español de segunda división: el Villarrando. La temporada se presentaba difícil y para remate, en el primer partido como titular, la entrada de un jugador contrario le provocó una lesión, que le mantuvo fuera de los campos durante dos meses.

Se acercaba el final de la liga y el Villarrando figuraba entre los primeros de la tabla. La decisión de haberle contratado se cuestionaba en todos los informativos. Comparado con los fichajes de los grandes equipos, el suyo había costado poco dinero, pero la sensación general era que había sido un gasto inútil, dado que su tan esperado tiro a puerta no se había llegado a producir.

Su reaparición tres partidos antes del final de la liga fue espectacular; metió dos goles que pusieron en pie a los espectadores. Al finalizar el penúltimo encuentro todos tenían claro que si ganaban el siguiente, subirían a primera.

Los problemas económicos acuciaban al club, o para ser más precisos, al presidente de la entidad, quien por boca del entrenador, informó a los jugadores que carecían de los recursos necesarios para las obras que deberían acometer si ascendían. No hacía falta decir más, todos sabían lo que tenían que hacer.

El Nene, como le habían bautizado los comentaristas, no pudo dormir en toda la noche; su futuro pendía de un hilo. Si descubrían el engaño su carrera se acabaría.

Llegó el día del partido y al salir al campo, el clamor del jugador número doce le puso la carne de gallina. El primer tiempo terminó con empate a cero. El gentío abucheaba a su equipo viendo que no se esforzaba como debía. En el vestuario lo discutieron entre todos: estaban engañando a una afición por la codicia de su presidente.

En la segunda parte, el espíritu cambió y atacaron con ganas la portería contraria. El público, ahora, les aplaudía agradeciendo su juego. Así comenzaron a llegar balones a los pies de El Nene.

—¡Goool...! —rugió los asistentes con el primero que marcó en el minuto diez.

—¡Goool! —retumbó el campo con el segundo.

—¡Gol, gol, goool de El Nene! Ya estamos en primera división —se desgañitó el comentarista de la radio local.

Todos los medios de comunicación, le calificaron de héroe. Su madre le expresó su parecer sobre los artículos que habían leído.

—Los periodistas usan la palabra héroe a la ligera. Hijo, para mí tu heroísmo se basa, no en meter goles para que tu equipo ascienda, sino en trabajar y no dejarte influenciar por las intenciones de unos sinvergüenzas a los que deberías denunciar.

Después de estas palabras, Manuel llamó a varios jugadores. Todos se pusieron de acuerdo en ir a la oficina del presidente para hablar con él, ya que bien podría ser que el entrenador les hubiera mentido.

Mientras tanto, en su despacho, el presidente del club, Aniceto Domingo, destruía papeles; sabía lo que se le venía encima. La gesta del futbolista destaparía el robo que había estado llevando a cabo durante años.

Llegaron cuando el presidente se dirigía hacia su coche portando varias bolsas de plástico. Al verles corrió hasta el vehículo, pero los jugadores fueran más rápidos que él y le rodearon. Sus prisas confirmaron que ocultaba algo y, para más evidencia, vieron como una bolsa se rompía, dejando escapar de ella fajos de billetes.

Poco después, un titular rezaba: «Aniceto Domingo ha sido detenido por un presunto delito de estafa. Fue desenmascarado por los jugadores del equipo que él presidía, que se han comportado como lo que son: unos auténticos héroes».

RELATO BREVE - LA FÓRMULA DEL CHARTREUSE


El hermano Jerome se levanta el hábito hasta las rodillas y baja a la bodega. El peligro de escurrirse por la humedad es evidente y lo último que necesita es que un accidente retrase su cometido.

El olor a Chartreuse inunda el recinto igual que lo viene haciendo desde el siglo dieciocho. Camina entre la filas de cubas hasta llegar al fondo de la nave. Allí, tras una puerta, se encuentra la posesión más preciada para los monjes cartujanos. Introduce  la llave en la cerradura y ésta cede al primer giro. Desde la entrada comprueba que la estancia está iluminada. Llama al hermano Carlos, pero nadie contesta.

Gracias al tiempo benigno que han tenido durante el invierno, la cosecha de hierbas aromáticas utilizadas para preparar el licor, ha sido muy productiva y los fardos, repletos, están en sus correspondientes anaqueles.
                               
Su primera impresión es que el encargado del almacén ha olvidado apagar las luces y cerrar la puerta con los cuatro giros de llave. “Debo hablar con el prior porque la cabeza del hermano Carlos empieza a desvariar”. Recuerda que el sabor de la última remesa de Chartreuse verde era tan distinto al habitual, que tuvieron que desecharlo. Y menos mal que él se dio cuenta antes de empezar con el proceso de envasado.

Atraviesa la sala y llega al recinto donde se encuentra el verdadero tesoro. Ve la caja fuerte vacía. Mientras marca el número de su superior, para avisarle de que han robado la fórmula, oye unas pisadas. Va a darse la vuelta, pero no le da tiempo; un golpe en la cabeza le deja sin conocimiento.

Se despierta en su celda. Antes de abrir los ojos escucha pasos a su alrededor. El médico del pueblo y el prior están a los pies de la cama. Cuenta a su superior que han robado la fórmula, pero el médico, al instante, recomienda dejarle solo para que descanse.

El hermano Carlos entra en la habitación poco después.

—¿Qué le ha pasado?, —pregunta preocupado.

—Había alguien en la sala. Me golpeó antes de que pudiera verle.

—¿Se lo ha dicho al Prior?

—Prefiero hablar con él a solas.

—Con esta cabeza mía, seguro que habré hecho algo mal —se lamenta.

Al oír estas palabras, el hermano Jerome recuerda lo que pensó sobre el hermano Carlos al entrar en el almacén.  

Su compañero se ha sentado en el suelo, parece mareado.

—Hermano, ¿se encuentra mal?

—Un poco mareado, pero ya se me pasa. Me avisó el doctor que podría sucederme con las pastillas que me recetó.

—Gracias a Dios. Y gracias a usted. Ayúdeme a levantarme y vayamos a ver al Prior.

Caminan agarrados del brazo y hablando entre susurros. El hermano Jerome entra en el despacho mientras que su compañero se queda fuera.

—Con su permiso. Tengo algo que contarle. Es muy urgente —exclama.

—Veo que está mejor. Yo me marcho —dice el doctor que se encuentra charlando con el Prior.

—Por favor, no se vaya —replica el hermano Jerome—. Reverendo Padre, el culpable del robo y del chichón que me va a salir no es otro sino el doctor.

—No sabe lo que dice. Debe de estar conmocionado —replica el médico.

—Usted ha drogado al hermano Carlos para que todos pensaran que estaba perdiendo la cabeza. Mientras le hacía pruebas en su consultorio hizo un molde de las llaves que siempre lleva consigo.  Esta noche no contaba con que yo bajara a esas horas al almacén, y al verme, se asustó y me golpeó.

—Pudo ser cualquiera. ¿Por qué supone que ha sido el doctor? —pregunta el Prior.

—Porque he reconocido sus pisadas. Debe tener una chincheta clavada en la suela del zapato y hace un ruido especial; el mismo que oí en el almacén y hace un momento en mi celda.

El hermano Jerome se vuelve hacia el doctor que se revuelve en su silla.

—Si no tiene nada que ocultar deje que veamos el contenido de su maletín.

El médico se levanta y sale corriendo hacia la puerta. Intenta abrirla, pero está atrancada. Alguien la está sujetando por fuera. Se oye una voz desde el pasillo.

—La policía no tardará en llegar. Ya les he avisado —grita el hermano Carlos desde el exterior.

RELATO BREVE - SUCEDIÓ EN SANTIAGO


Desde el otro lado de la mesa, un joven me anima a relatar lo sucedido.

—Aunque estoy seguro de que no me va a creer, le juro que ocurrió como se lo voy a contar.


“Corría el mes de octubre de 1975 cuando salía por la Nacional VI en dirección a Santiago. En aquel entonces trabajaba para una firma de relojes y estos viajes rutinarios me encantaban, aunque a mi mujer la sacaban de quicio, sobre todo después de haber parido tres hijos mientras yo estaba fuera.

Después de 600 kilómetros parando cada poco tiempo porque el motor de mi Seat 133 se calentaba y debía rellenar de agua el radiador, llegué a mi destino ya de noche. No era la primera vez que pernoctaba en esa ciudad y acudí, como siempre, a la pensión La Neniña.

Pues como le iba diciendo, dejé la maleta y pasé por el bar Ferreira para comer un bocadillo. Cuando entré en el local lo encontré vacío a excepción de un señor que ocupaba una de las mesas. En cuanto me vio, hizo gestos para que me acercara.

—¿No atiende nadie? —le pregunté observando que no tenía ninguna consumición.

—Estos camareros de hoy en día no son como los de mis tiempos. ¡Mire! —dijo señalando el ventanuco que comunicaba el bar con la cocina y por donde había aparecido la cabeza de un joven.

Cuando me acercaba a la barra, el hombre llamó mi atención.

—¡Escuche!  Seguro que ni han notado su presencia. Estos tipos miran sin ver. A mí me gustaría tomarme un ribeiro, pero es imposible, y lo he intentado, no crea —dijo soltando una gran carcajada.

A mi pregunta de por qué lo decía, me respondió: “Porque los muertos, mal que nos pese, no podemos saciar nuestros apetitos”

Hice intención de alejarme de aquel hombre que, sin duda, estaba loco.

—¿Dónde cree que va?  Para alguien que puede darme conversación no dejaré que se marche —dijo cerrándome el paso.

Le miré asustado, pero su aspecto no era amenazante, sino afligido. Me dio tanta lástima el pobre, que me senté junto a él.

—¿Por qué dice que está muerto, alma cándida? —le pregunté.

—¡Carallo!  Porque lo estoy. ¡Mire! —y acercándose a la pared la atravesó como si fuera una cortina de agua. Al momento volvió a aparecer a mi lado. Me quedé con la boca abierta.

—¿Y por qué está aquí y no se ha ido donde tengan ir los muertos? —pregunté con un hilo de voz.

—Debo cuidar de mi niña. Se ha quedado al frente del bar, los camareros son unos sinvergüenzas y su marido un hijo de mala madre. La engañan todos y la tonta no lo sabe.

Logré serenarme y, al ver su cara compungida, me ofrecí para decírselo a su hija.

—A usted no le escuchará. Si me fiara de las médium…, mi hija es un poco bruja, ¿sabe?, pero no sé…, todas son unas farsantes.

Al lado de mi pensión había visto un cartel anunciando una tal Mademe Rolín y se me ocurrió comentárselo al hombre para que lo intentara. El caso es que después de un rato sin haberme tomado ni un ribeiro, salimos en busca del remedio para que el difunto descansara en paz.

Cuando llegamos al local, la puerta estaba abierta. Sentada al lado de una estufa había una mujer con el pelo encrespado que me recordó a las meigas de los relatos gallegos.

—Por favor, señora, ¿puede ver al hombre que me acompaña? —pregunté.

La mujer nos miró y abrió los ojos como si fueran a salírsele de las órbitas.

—¡Por el Apóstol y todos los santos!,  —exclamó dando vueltas a mi alrededor—. Claro que le veo. Él es un espíritu normal. Pero usted, usted…

Empezaba a preocuparme por sus palabras cuando mi compañero rompió el silencio.

—Quiere decir que usted también está muerto. ¡Qué carallo! ¿No lo sabía?

—No está muerto, pero le falta poco. Debe estar en coma porque le veo borroso —dijo la médium—. Hombre de Dios, aférrese al mundo y lo conseguirá. Piense en su familia, piense en ellos, piense …

De pronto mi mujer me zarandeaba en la cama de un hospital”.


El joven del otro lado de la mesa me mira sin inmutarse.

—Doctor, ¿cree que estoy loco?

RELATO BREVE - TRES FUTUROS Y UN LIBRO


Corría el año 1931 y a los padres de Begoñita poco les importaba que el rey Alfonso XIII se hubiera exiliado, que Alcalá Zamora dirigiera el gobierno provisional y que dos mujeres hubieran sido elegidas diputadas. Les traía sin cuidado el republicanismo conservador, la guerra del Rif y la reforma agraria.  Su único interés versaba en que las vacas dieran buena leche, que las gallinas pusieran huevos y que los cerdos se criaran gordos para abastecer la despensa después de la matanza. Entre este ambiente rural y la escuela como lugar de asueto, se crió la niña y conoció la vida que le esperaba.

Al llegar a la juventud se echó de novio a un muchacho del pueblo vecino. Aunque la joven había oído que sus galanterías no iban sólo en su dirección, prefería no hacer caso a los rumores y seguir haciendo planes de futuro junto a  él.

Uno de tantos días, cuando bajó a lavar, vio un libro que asomaba entre unas piedras. Dejó de lado su obligación y se dedicó a hojearlo. Al llegar unas paisanas con los cántaros en busca de agua, lo guardó en un bolsillo del mandil para leerlo en cuanto tuviera ocasión. El momento llegó antes de lo esperado; ese día el hermano que debía llevar las vacas a pastar tuvo fiebre y ella ocupó su lugar. Una vez en el prado, se sentó y comenzó la lectura.

Hablaba de una joven que se llamaba como ella y que había nacido en un pueblo como el suyo. La protagonista había sufrido el maltrato de su marido, pero, por fortuna, él la había abandonado. Para evitar ser la comidilla de todos, se trasladó a Madrid donde conoció a un importante ministro. El hombre la introdujo en sus círculos sociales y, poco a poco, la influencia de la mujer se dejó ver en sus decisiones políticas. La historia tenía un final feliz porque la pareja, aún sin pasar por la vicaría, vivió feliz el resto para siempre.

Begoñita vio en la narración una señal, un aviso de lo que podría llegar a ser su vida futura si se casaba con un novio casquivano y volvió a su casa dispuesta a cambiar su destino. Para ello encontró la solución en la figura de un joven de la capital que había conocido durante las fiestas. El flechazo había sido instantáneo y prometieron escribirse. La joven a base de papel y pluma dio forma a una relación que terminó los dos años más tarde en el altar.

Después de la boda, mientras preparaba la maleta para el viaje, encontró en el armario el libro que tanto la había impresionado. Acarició su portada y le agradeció haberla abierto los ojos y alejado de un futuro que nada tenía que ver con sus ensueños.

Su felicidad fue efímera. Por problemas en el parto, la joven murió sin saber que había tenido una niña a la que le pusieron su mismo nombre. Manuel al no poder cuidarla, la llevó con sus abuelos maternos y así fue como la niña fue criada en el mismo ambiente que su madre, aunque con más comodidades.

Durante el año 1971, con una nieta de dieciocho años, los abuelos seguían más interesados en sus animales y en su huerta que en lo que sucedía en España, pero Begoña, que pasaba temporadas con su padre, se había enterado, entre otras muchas noticias, de que había un príncipe Juan Carlos, que los Estados Unidos luchaban contra Vietnam y que se había fundado la Asociación de Mujeres Empresarias. Un día encontró el libro y lo que leyó la dejó impresionada. Lo volvió a dejar en su sitio y tomó una decisión: su futuro estaba escrito en aquella historia. Se trasladó a Madrid y estudió Derecho para meterse en política. Tres años más tarde se casó con un compañero de clase y sus aspiraciones se enfocaron en una sola dirección: cuidar de su pequeña Bego.

En el año 2011, Bego acudió al pueblo de sus bisabuelos para vaciar la casa y ponerla a la venta. En un armario encontró un libro titulado Su Futuro. A medida que pasaba las páginas, revivió su pasado ya que ella había sufrido maltrato. En cuanto a su futuro, ella misma lo había escrito. Se dedicaba a la política y su carrera no podía ser más brillante.

RELATO BREVE - EL TESTAMENTO DE CARLOS


Una puerta oscura, con la mirilla de latón gastada por años de bruñido, dio la bienvenida a Matilde en un frío día de febrero. Un muchacho le franqueó la entrada.

—Buenos días señora Aguirre. Su marido tiene una visita. En cuanto se quede libre la aviso.

La condujo hasta una sala que en esos momentos se encontraba vacía. Matilde se quitó los guantes y se frotó las manos para desentumecerlas.

«¡Qué recuerdos me trae este lugar! Aquí conocí a Carlos y a Enrique siendo una adolescente. Hace ya treinta años que dejé de trabajar entre estas paredes, sin embargo, todo parece estar igual que entonces».

Pasados unos minutos el pasante regresó y la acompañó hasta el despacho de Enrique Aguirre. Matilde se acercó a él para saludarle y después se aproximó a la chimenea buscando entrar en calor.

—Hola, querida. ¿Al final Silvia no ha podido venir?

—La llamé, pero tenía un viaje de negocios que no podía posponer. ¿Y Aurora? —preguntó Matilde.

—No creo que tarde.

Enrique se acercó a la mujer y la tomó de las manos.

—Matilde, mantente tranquila. No tendrás dudas, ¿verdad?

—No. Pienso igual que cuando lo planeamos hace dos años.

El ruido de la puerta al abrirse rompió el momento en que ambos anclaban sus miradas en uno de los volúmenes del Aranzadi. El pasante les avisó que Aurora García y su abogado habían llegado.

Cuando el notario abrió el sobre que contenía el testamento del finado, las tres personas le observaban sin pestañear.

Después de los preliminares, les informó que Carlos Redondo de la Fragua había dejado a su actual pareja, Aurora García Tizón, el libro de poemas que ella le regaló en su primer aniversario. A Matilde Sánchez Fernández la colección de vinilos que compraron en su viaje de novios a Londres. El resto de sus bienes pasarían a su hija Silvia Redondo Sánchez.

Aurora, una mujer de poco más de treinta años, se levantó del asiento con tal ímpetu que la silla cayó al suelo. Su abogado la sujetó del brazo y le rogó que se calmara; ya estudiarían la manera de impugnar el testamento. Ella, precedida del joven letrado, salió de la sala dando un fuerte portazo.

Al quedarse solos, Enrique y Matilde sonrieron y poco después la mujer abandonó la notaría. Enrique alcanzó el volumen del Aranzadi y sacó de él un sobre. Mientras lo abría se acercó a la chimenea. Contenía el primer testamento de Carlos en el que nombraba única heredera a su actual pareja.

Mientras los papeles se consumían entre las llamas, Enrique recordó que cuando llamó a Matilde para comunicarle que Carlos había testado, ella no le preguntó por su contenido; sabía que no se lo diría.

Siempre había estado enamorado de Matilde y, tiempo después de que Carlos la dejara, habían comenzado a salir. Aunque en varias ocasiones le había pedido que hicieran público su noviazgo e incluso que se casaran, ella no había dado su consentimiento; su moral no se lo permitía.

Cuando a Carlos le informaron que le quedaba poco tiempo de vida, él ya sabía de la relación de su amigo y su ex mujer y también que ella no se volvería a casar mientras él viviera. Quería lo mejor para Matilde y sabía que Enrique la haría feliz. Por eso ideo un plan, un chantaje para conseguir unirla con su antiguo socio y amigo de la infancia. Enrique debería hacer creer a Matilde que el testamento favorecía a su nueva pareja, dejando sin herencia a su hija y, por si era necesario enseñárselo, compusieron uno. Conocía bien a su ex y sabía que ella haría todo lo posible para que Silvia no se quedara sin nada. Enrique debía convencerla de que él podría variar las últimas voluntades siempre y cuando le diera el “Sí Quiero”. La mujer aceptó de buen grado, juntos guardaron el sobre que contenía el testamento original dentro de un volumen del Aranzadi y redactaron uno nuevo. Matilde pensó que habían falsificado la firma de su ex, pero Carlos lo firmó de su puño y letra para que no hubiera problemas en el futuro; no quería que su última pareja obtuviera ningún beneficio al estar seguro de que su relación con él era sólo por interés.

RELATO BREVE - UNA NOVELA EN 3D


La habitación del hotel de Valencia respondía a todas sus expectativas: exterior, luminosa y con vistas. Con los últimos avances tecnológicos era el lugar indicado para regresaran las musas, que la habían abandonado en los últimos tres meses. 
Ana Prieto había publicado varias obras y todas con gran éxito comercial. Su editor, temiendo el síndrome de la página en blanco, le había reservado un fin de semana en aquel lugar para ver si allí conseguía terminar la novela.

Después de deshacer el equipaje salió a dar un paseo por la playa y, a la vuelta, llamó a su editor.

—David, si querías que descansara, lo vas a conseguir. Es un lugar perfecto.

Él se rió y le prometió que no se aburriría. Ana colgó sin saber a qué se refería, pero no le dio importancia.

Después de que le subieran la cena se sentó ante el ordenador y abrió el fichero de la novela en la que estaba inmersa. Trataba sobre un asesinato. La inspectora que llevaba el caso había descubierto que el homicida había sido el padre de una joven a la que la víctima había violado. El problema vino cuando la policía se enamoró del asesino y le asaltaron las dudas de si debía o no entregarle. Faltaba el desenlace y Ana vacilaba entre si la protagonista debía realizar su trabajo ó eliminar la prueba incriminatoria que tenía en su poder.

Eran las once de la noche cuando unos golpes desviaron la atención de la escritora hacia la puerta. Preguntó antes de franquear la entrada y la voz de una mujer contestó que era el servicio de habitaciones. Abrió y se encontró con una chica llorando. Le imploró que la dejara pasar porque debía darle un mensaje urgente. Una vez dentro, la joven se explicó:

—Mi padre me adora y ha asesinado al hombre que me violó. Ahora es probable que vaya a la cárcel y me siento culpable.

Aún sollozando, la muchacha salió corriendo. Ana se quedó sin palabras y estuvo durante toda la noche dando vueltas a lo ocurrido.

A la mañana siguiente bajó a desayunar a la cafetería y cuando se disponía a irse, un hombre la abordó y le pidió que le escuchara. Ella volvió a la mesa y con un gesto le invitó a sentarse.

—He matado al malnacido que violó a mi hija. Sé que iré a la cárcel y me siento culpable, no por el asesinato, sino porque mi hija se quedará sola.

Dichas estas palabras se levantó y se fue dejándola con la boca abierta. Ana empezaba a pensar que sufría alucinaciones.

A las once llamaron a la puerta. La abrió sin molestarse en preguntar quién era. Encontró a una mujer que se presentó como inspectora de policía. Directamente, Ana se retiró para que pasara. Sin más preámbulos la invitada comenzó:

—Tengo dudas morales. Al fin y al cabo debo hacer cumplir la ley y he encontrado a un asesino, por lo tanto tengo obligación de entregarlo a la justicia.  Sin embargo, me he enamorado de él y comprendo sus motivaciones.

Después de decir esas palabras se marchó. Ana pensó que las visitas que había recibido probablemente eran fruto de su imaginación.

Al día siguiente, en el taxi que la conducía hacia el aeropuerto, el conductor le contó una historia.

—Un amigo mío se enamoró de una joven, pero por un maletín que ella olvidó en su coche, descubrió que pertenecía a un clan dedicado al robo de obras de arte. Por aquel entonces trabajaba como chofer para un magnate de la industria hotelera. Ella le sonsacó información para perpetrar un robo en la mansión de su jefe. Mi amigo le pidió que no lo hicieran y ella, riéndose, le contestó que nadie le creería porque, si se iba de la lengua, le acusaría de haberla violado. Al final, ella le denunció, pero su padre, temiendo que el negocio se le escapara de las manos, le asesinó.

En el aeropuerto, mientras esperaba la salida del vuelo, Ana llamó a su editor para informarle que había encontrado el final perfecto para la novela. David le preguntó si no había sucedido nada sorprendente durante su estancia.

—Los actores geniales y la representación, un éxito —contestó Ana riendo.

RELATO BREVE - LA HABITACIÓN 604



Conchi es enfermera y sabe como taponar la herida producida por un disparo. Su deseo en esos momentos es mirar hacia la calle por la terraza de la habitación 604, en el hotel de Almuñecar donde nunca debían de haber ido, pero sabe que si deja de presionar, el hombre podría desangrarse.

 —Enseguida vendrá una ambulancia, tranquilo, no hables.

No sólo llegarán los médicos, ella sabe que  con ellos también vendrá la policía y le inquieta lo que pueda pasar a partir de ese momento.

Son las tres de la mañana, sólo han pasado diez minutos desde que comenzó todo. Llevaba dos noches con la almohada empapada de sudor porque el aire acondicionado no funcionaba en condiciones y, entre ese detalle y los sofocos por la menopausia, no conseguía conciliar el sueño. Mira que le había rogado a su marido que reservaran un hotel en Galicia, allí tendría el descanso asegurado, pero él se empeñó en que fueran a Granada. Si la hubiera hecho caso…, pero no, siempre tenía que salirse con la suya.

Recuerda que no podía dormir, miró el reloj y cada minuto que pasaba los nervios se apoderaban de ella más y más. Se levantó y se dirigió a la terraza para fumar. Al momento oyó pasos en el pasillo que se detuvieron al llegar a la puerta de la habitación. Notó como se movía el picaporte y se asustó. Salió y se escondió. No entiende  porqué no chilló para que el intruso desistiera, pero no tuvo valor. Quizás debería  haber gritado y el desastre se hubiera evitado.

Vio como un hombre se acercaba hasta la cama. Después pudo observar la silueta que iba hasta la puerta y miraba el número.  Entonces el sujeto retrocedió y encendió la luz. Preguntaba con insistencia dónde estaba Conchi, y ella, reconociéndole por la voz, se encogió aún más en el rincón que creía seguro.

Oyó un disparo y después Luis salió a la terraza y la encontró. Dijo que iba a matarla. El miedo, en vez de paralizarla, hizo que sacara fuerzas aún no sabía de dónde y se enfrentó a él. Después de un forcejeo le empujó y el hombre cayó por la barandilla.

Conchi empieza a temblar cuando la policía y el Samur entran en la habitación. El inspector Fernández se presenta y le dice que salga con él a la terraza. Allí, entre sollozos, le cuenta lo sucedido. Ahora que Carlos está siendo atendido puede dar rienda suelta a los nervios.

—Fue usted muy valiente, señora —asegura el inspector—. El individuo que cayó desde aquí ya no volverá a atacar a nadie, ha muerto. Ya puede usted volver con su marido, y acompañarle al hospital. Espero que se salve. Por cierto ¿el arma es de ustedes o la trajo el ladrón?

—Señor inspector, creo que hay un malentendido. Mi esposo se había ido a Cáceres unos días para cerrar un negocio y no debía volver hasta mañana. El de la habitación es un amigo especial. Mi marido es… —dijo señalando hacia la calle con la cabeza.

MICRORRELATO - POR SIEMPRE JUNTOS


María repara las redes con esmero, como aprendió siendo una niña. Desde su silla, piensa en lo que pudo ser y no fue. Y así, día tras día, dirige la vista hacia los barcos que llegan a puerto cargados de anchoas, chicharros y sardinas; pero su mirada vuela más allá del horizonte, allá donde el sol comienza a esconderse. No le quedan lágrimas que verter, ni esperanzas de reencuentro.

Sigue tejiendo. Un dolor agudo le impide respirar.  La aguja cae al suelo. Oye su voz, percibe su olor de marinero viejo. La emoción la embarga viéndole de pie a su lado. Siente como su mano le acaricia el pelo.

MICRORRELATO - VAMOS A CORRER


María ha estado inmovilizada durante más de un mes por una rotura de pie y ahora protesta por los kilos de más. Ha empezado a comer verde y le ha dicho a una amiga que comenzará a correr. Es bueno que lo haga, lo malo es que querrá que la acompañe y a mí hoy no me apetece; está lloviendo. Me mira.  A ver cómo le digo que no. Se ha ido a la habitación sin decirme nada, creo que por esta vez me he librado.

¡Cielos! Se ha puesto el chándal y las deportivas. Se acerca a mí. Trae en la mano la correa.

MICRORRELATO - UN DESTINO INESPERADO


Tras una penosa enfermedad, por fin, Saturnino se siente bien. Al amanecer sale de casa sin despedirse; su familia está dormida.


En la puerta le espera Nicolás, el ser que le dirigirá en el largo viaje que le espera. Ya en su destino Saturnino mira hacia el fuego, los destellos de las llamas le hipnotizan. El calor es insoportable. Se pregunta qué ha hecho mal para acabar allí. Este no es el futuro que soñaba cuando de niño rezaba a todos los santos.

Mira a su izquierda y nota que su guía le dice algo. El ruido es ensordecedor. Sólo le entiende cuando Nicolás le grita en la oreja.

—¿Estás pasmado? ¡Echa carbón más rápido o la locomotora se parará!