Dolores y Pascual eran un matrimonio con la monotonía y las disputas
habituales de toda pareja con una larga convivencia. Su vida cambió cuando
durante una Navidad la suerte les acompañó y ganaron el primer premio de la lotería. A partir de entonces y
durante algún tiempo, la única discusión que enturbió su relación fue decidir
si su primer viaje sería en el misterioso Orient Express o en un glamuroso
crucero por el Nilo.
Siempre habían sido aficionados a las
películas de intriga y las basadas en las obras de Agatha Christie eran su
debilidad. La mujer había manifestado en varias ocasiones que si tuvieran
dinero le gustaría realizar esos viajes y su marido, aún creyendo que nunca alcanzarían
ese sueño, había compartido su ilusión.
Volaron desde Madrid a Paris y a las tres de
la tarde se acomodaban en uno de los coches cama del mítico tren.
—Sólo falta que nos encontremos a Hércules
Poirot en la cafetería —dijo Dolores en cuanto se instalaron. La suite estaba
totalmente equipada y conservaba el aire de lujo y sofisticación que recordaban
haber visto en las películas.
La primera noche, Dolores oyó a dos hombres a
través del fino tabique de madera que separaba las estancias. Parecían
enzarzados en una discusión que terminó con un ruido sordo que bien podría
haber sido un disparo. La mujer se incorporó de golpe en la litera y a punto
estuvo de despertar a Pascual, sin embargo antes de hacerlo, se tranquilizó a
sí misma pensando que quizás estuviera sugestionada por la cantidad de veces
que había visto el Asesinato en el Orient Express y Desde Rusia con
amor.
Por la mañana lo comentó con su marido y él,
con una sonrisa y seguro de que no le haría caso, le dijo que era mejor no se
metiera en lo que no le incumbía. Dolores, inquieta, decidió por un lado dar la
razón a su marido, pero por otro investigar discretamente.
De camino a la cafetería se encontraron con
el revisor. Dolores pidió a Pascual que se adelantase mientras ella le preguntaba
sobre sus vecinos. El hombre sabía que su esposa no pararía hasta desentrañar
el misterio que ella misma había forjado en su cabeza y, divertido, la dejó a
su aire.
Supo entonces que en ese compartimento
viajaba el actor de cine Ernesto Atienza y que su secretario personal ocupaba
la suite siguiente.
—Hace un rato he visto que el camarero les
traía el desayuno. Después me he encontrado con el secretario y me ha dicho que
el señor Atienza se encontraba indispuesto —le dijo.
¿Y si en vez de indispuesto estaba muerto?
Esa idea provocó que Dolores no pudiera desayunar tranquila. Su marido la
convenció de que no dijera nada de lo que había oído o la tomarían por loca.
Llegarían a Budapest sobre las cuatro y allí
pasarían el día. A las tres y media Dolores dijo que se iba a acercar a la
cafetería para comprar unas botellas de agua. Cerró la puerta de su
compartimento y llamó a la del vecino, pero nadie abrió.
Volvieron al tren al día siguiente y comenzó
el trayecto hacia Sinaia en Rumanía. Por la noche volvió a oír voces; esta vez
eran de un hombre y una mujer. Oyó como alguien se marchaba. Dolores entreabrió
su puerta y vio la espalda de una mujer vestida con un kimono rojo alejándose
por el pasillo.
Sin poder resistir la curiosidad, se puso la
bata y se acercó hasta la cafetería. Estaba desierta y la mujer había
desaparecido. Al volver a su suite llamó de nuevo al compartimento vecino; no
contestaron. Se quitó una horquilla y con destreza hurgó en la cerradura. La
puerta giró sobre sus goznes. No había nadie. Un papel sobre el escritorio
llamó su atención. Estaba escrito con letras recortadas de alguna revista y
decía: “TE ESPERO EN EL VAGÓN RESTAURANTE”
Se dirigió hacia allí y observó que las luces
estaban apagadas. Abrió la puerta justo en el momento en que las lámparas se
encendieron. Se quedó clavada en la puerta sin poder reaccionar.
Su marido, sus padres, sus suegros, su hijo
con su mujer vestida con un kimono rojo y otra gente desconocida estaban debajo
de una pancarta que rezaba:
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