El día clareaba
mientras los pensamientos de Lorenzo rozaban las tinieblas. Necesitaba ordenar
sus ideas. Se sentó sobre la arena y fue
cogiéndola a puñados que dejaba escapar entre los dedos. Debido a una larga enfermedad había perdido el
empleo, sus fondos se acababan y el día anterior había descubierto la
infidelidad de su mujer.
Se
metió en el mar despacio; quería saborear los últimos instantes de su vida. Le
llegaba el agua al cuello cuando oyó unos ladridos. Su perra, Canela, nadaba para
alcanzarle. ¿Cómo había llegado hasta allí si la había dejado en casa? La
mirada del animal le transmitió un destello, una súplica, una esperanza.
Le
acarició tras las orejas y juntos salieron del agua.
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