Maldigo el
día en que te conocí. Subiste al autobús y tu mirada se posó en mis ojos. A
partir de entonces mis pensamientos no pudieron separarse de tus abrazos y
dentro de ellos estaré encerrado el resto de mi vida. Ahora que no estás
te odio por haberte ido y quiero hallar el camino para encontrarte, aunque mis
pies descalzos sufran entre las espinas de tus flores favoritas, las rosas
amarillas que adornarán por siempre tu tumba fría.
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