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Tintero - Tema: Piratas - 25/06/2014
El
jurado espera el comienzo del juicio más mediático de los últimos años. Todos
se ponen en pie cuando el juez entra en la sala.
Después
de que el Secretario Judicial lee: —El Estado de Maine contra Peter Sessions—,
el fiscal toma la palabra.
—Hoy
vamos a demostrar que Peter Sessions ha perpetrado homicidio en la persona de Charles
Hillman empujándole por un acantilado. Y también acreditaremos que ha cometido los
delitos de fraude, malversación de fondos y chantaje contra la empresa Holter
& Wolder. Les presentaremos las pruebas del asesinato y de cómo el acusado,
valiéndose de la piratería informática, entró en los ordenadores de la compañía
de manera ilícita para obtener información confidencial que utilizó en su
propio beneficio.
El
fiscal toma asiento y el defensor ocupa su lugar.
—Señores
del jurado, mi defendido es inocente de todos los cargos que mi colega les ha
expuesto de una forma tan vehemente.
Ustedes tendrán que decidir sobre si hay homicidio sin un cadáver. Y
también sobre el resto de los delitos, teniendo en cuenta que al señor Sessions
no se le han encontrado importes significativos en sus cuentas bancarias, ni
bienes que no tuviera antes de que se cometieran los abusos de los que se le
acusa.
Mientras
el defensor se sienta, un hombre entra en la sala, se acerca al banquillo de la
acusación y comenta algo al oído de uno de los letrados.
Tras
recibir la información que le acaba de llegar, el fiscal toma la palabra y dirigiéndose
al juez le dice:
—Su
Señoría, quiero pedir disculpas. La acusación retira los cargos contra Peter Sessions.
La
prensa es un hervidero de comentarios. Flashes y empujones son el preámbulo a
la salida del acusado por las escaleras del juzgado.
—¿Qué
tiene que decir? —preguntan.
—Dentro
de una hora daré una declaración en la CBS —no responde a nada más y se marcha
en el coche que le espera.
En
el plató de televisión, la presentadora entrevista al joven que supuestamente ha
arruinado a la empresa de ingeniería más importante del estado.
—Nací
en Portland donde mi padre poseía una empresa de construcción. Estudié
informática, pero el sitio donde en realidad me formé fue en un pequeño garaje
donde nos juntábamos cinco amigos para mejorar nuestros conocimientos. Entre
ellos se encontraba El Fresita, quiero decir Charles Hillman. Le llamábamos así
por su marca de nacimiento en el brazo. Con una nueva aplicación, descubrimos
un sistema para la fabricación de materiales más flexibles que fortalecerían las
construcciones en los lugares donde la actividad sísmica fuese más frecuente.
Al
poco tiempo H&W, la misma compañía que años atrás estafó a mi padre haciéndole
perder su negocio, lo patentó. No conocimos quién nos había robado la idea
hasta que hace un año supimos que Charles había empezado a trabajar como asesor
en esa entidad.
Ideamos
un plan para piratear la empresa saltándonos todos los cortafuegos. Alguien de
H&W debió descubrir lo que estaba pasando porque el mes pasado mis tres
colegas murieron, en extrañas circunstancias, en un accidente de avioneta. Yo debía
acompañarles, pero en el último momento me surgió un imprevisto y no pude ir. Desde
ese día he estado escondido.
Sobre
Charles, lo único que sé, es que su coche apareció despeñado por un acantilado,
pero que el cuerpo aún no se ha encontrado.
Al
terminar la entrevista, Peter Sessions se dirige a su coche. Cuando lo arranca,
éste salta en mil pedazos ante las cámaras de seguridad instaladas en el
exterior de los estudios.
Tres
meses después, en las Islas Caimán cinco amigos charlan animadamente.
—El
montaje del accidente de avioneta fue una idea genial —dice Peter Sessions—. Y
el de las cámaras de los estudios de televisión nos salió redondo. Por fin nos
hemos vengado y mi padre dejará de removerse en su tumba.
—Ahora
tenemos dinero para montar un garaje mejor que el de Portland. Y no tenemos
nada que temer porque el presidente de H&W está demasiado asustado para
molestarnos. Las pruebas incriminatorias contra él, que le hice llegar para que
quitase la denuncia, le llevarían directamente a la cárcel —contesta uno de
ellos que lleva un antojo en forma de fresa en el brazo.
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