Juan Miguel se despierta sudando; no se acostumbra a la pesadilla que con tanta frecuencia le acompaña. No puede quitarse de la cabeza la voz de su madre insistiendo en que pase con ellos las fiestas y luego una mancha roja que se va haciendo cada vez más grande. Se levanta y enciende un cigarrillo. Mira el reloj y suspira. Ha sido su última noche en prisión.
Nadie le espera cuando vuelve a pisar las calles. Toma un taxi y se dirige a la estación de autobuses. Durante el trayecto piensa si será una buena idea volver a su pueblo, pero ¿qué puede hacer? No tiene otro sitio a donde ir. Es veinticuatro de diciembre y en el autobús recuerda las fiestas con su familia, un árbol decorado presidiendo el salón, los dulces, los villancicos...
Abre la puerta y le recibe la oscuridad y el silencio. Percibe un tufo de humedad en lugar del olor al asado que su madre solía preparar para Nochebuena.
En la cocina hay un cesto con leña y un montón de periódicos esperando ser aprovechados para encender la gloria. Hace frío y se dispone a utilizarlos. Coge el primero que está fechado hace muchos años. En primera plana se lee: “Un hecho luctuoso ha conmocionado a la provincia de Burgos. Beatriz Navarro ha sido encontrada muerta en su domicilio. Todos los indicios hacen suponer que su hijo cometió el parricidio asestándole diez puñaladas. Le encontraron encogido en un rincón de la cocina con el arma en la mano. El muchacho estaba siendo tratado de una enfermedad mental”.
Juan Miguel toma asiento y le vienen a la memoria los últimos momentos pasados en la casa, recuerda como su madre yacía en el frío suelo con la mirada perdida en el techo, como retiró un cuchillo de su pecho para poder abrazarla y suplicarle que volviera a la vida. A partir de entonces su mente está en blanco. Durante los años en prisión ha vuelto a rememorar esos momentos una y otra vez, pero no encuentra una explicación. Ese día él había tomado su medicación, ¿o no?
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