Medalla de oro en Netwriters Tintero - Tema: La plaza del pueblo - 28/05/2015
Mientras se dirigía hacia la parada de
autobús que la conduciría a un destino incierto, sus ojos se empapaban de las
imágenes cotidianas: los chopos con el
peculiar sonido de sus hojas, los perros y gatos sueltos, los tiestos plagados
de geranios en las puertas de las casas… No tenía ni la menor idea de cuándo
volvería a disfrutar del aroma de los campos ni a escuchar el sonido de las
campanas de la iglesia llamando a misa. Pero sobre todo, ya estaba echando de
menos la ternura de los brazos de su madre, las charlas con Charito, su amiga desde
siempre y las caricias de Gabriel, su novio.
El autobús ya había abierto las puertas cuando
Inés llegó a la plaza. Era muy temprano y las tiendas situadas bajo los
soportales aún no habían abierto. Pasó la vista por aquel paraje en el que
tanto había disfrutado.
Su madre había guardado un respetuoso
silencio desde que salieron de casa; ninguna de las dos quería hacer más
difícil la despedida.
Metió el equipaje en el maletero y sin
permitirse sentimentalismos, la abrazó y
subió al vehículo rumbo a un país desconocido, con un idioma extraño y con unas
nuevas gentes por conocer.
Desde la ventanilla y mientras el autobús iniciaba
su salida del pueblo fotografió mentalmente cada calle, cada vivienda, cada rincón... En la última casa, divisó a un hombre que
miraba fijamente en su dirección mientras fumaba un cigarrillo apoyado en el
quicio de la puerta. Al pasar le pareció leer una palabra en sus labios: “Perdón”.
Cerró los ojos e intentó olvidar los
acontecimientos de las últimas horas. La
beca que le habían concedido en el Conservatorio de Lausana, lejos de haber
producido alegría, provocó un drama que Inés prefería olvidar.
—Me voy a quedar sola. ¿Y si enfermo? —le
dijo su madre llorando.
—Si te vas, será mejor que olvidemos lo
nuestro. Vive tu vida, que yo haré lo mismo con la mía —sentenció Gabriel.
—Es mi futuro, aquí no conseguiré ser la gran
pianista que siempre he soñado —había contestado a las quejas de sus dos seres
más queridos.
Sólo su amiga Charito la animó a que se
fuera.
—Te echaré de menos, pero es lo mejor para
ti. Seguro que te irá bien. Disfruta mucho. Te escribiré a menudo.
Pasaron dos años antes de que Inés volviera a
España al entierro de su madre, aunque no fue en el pueblo sino en Barcelona
donde se había trasladado para vivir con su otra hija.
Regresó a Lausana y dedicó su vida a la
música. Situó su residencia en la plaza del ayuntamiento, en una casa antigua frente a la Fuente de la Justicia y
muy cerca de la catedral. Necesitaba el sabor un lugar como aquel para no
olvidar sus raíces. De
Gabriel no volvió a saber nada, ni una carta, ni una llamada. Con Charito se
escribió durante los primeros meses y poco a poco perdieron el contacto. A
través de su madre supo de su amiga que, poco después de su partida, se había casado.
Veinte años más tarde volvió al pueblo. Ambas
hermanas querían vender la casa de sus padres y se trasladaron allí para
vaciarla de todos los recuerdos acumulados en sus estancias.
Por la tarde salieron a pasear. En la plaza,
la pequeña tienda de comestibles de los padres de Gabriel estaba abierta. Inés
asomó la cabeza y observó a un joven detrás del mostrador. Su rostro le resultó
familiar, reconoció en él al Gabriel que
había dejado atrás hacía muchos años.
—¿Eres hijo de Gabriel? —le preguntó Inés.
—¿Le conoce?
—Sí, me gustaría saludarle.
—Mi padre está haciendo unos recados, pero mi
madre está dentro. Espere un momento. Voy a avisarla.
A mi me encantó y sigue encantándome tu estilo sobrio de castellana antigua. Besos guapetona que te conocí siendo una apendiz y te has convertido en toda una dama de las letras. Un abrazo y espero con ansia la publicación de tu novela
ResponderEliminarGracias por comentar amiga, tú sí que escribes bien.
ResponderEliminar¡Qué lindo, Marga! De más grandecita quiero ser como tú... jijiji.
ResponderEliminar¡Un muackiles!
Gracias por comentar corazón. Muchos besos con sabor a gominola,
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