Son las cinco de la mañana y la circulación por la calle Velázquez es
insignificante, sólo algún trasnochador circula a gran velocidad haciendo caso
omiso de los semáforos. Cuqui, al lado de la ventana, mira sin ver a través de
los cristales. Pasados unos minutos cierra las cortinas y se recuesta en un
sillón. Sabe que la noticia que les ha transmitido su hijo Borja esa misma
tarde marcará su existencia de una manera radical. ¿Cómo será capaz de
asumirlo?
Cierra los ojos e intenta recordar cuando empezaron a llamarla Cuqui.
De pequeña no, seguro; su tata la llamaba señorita y sus padres nena. Siguió
siendo la señorita en el internado de Suiza donde transcurrió su adolescencia.
Al volver a Madrid; sí, debió de ser entonces. Por aquel tiempo empezó a salir
con una pandilla que conoció en el club de campo. ¡Qué bien lo pasaba con
Pochi, Curri, Mapi y los chicos!
Ahora recuerda que fue Mapi la que comenzó a llamarla Cuqui porque
consideraba que Brígida era vulgar. Sin duda alguna ha sido su mejor amiga, la
que más la conoce y la que siempre la ha apoyado en todo.
La primera vez que vio al que ahora es su marido, fue en la celebración
de su vigésimo cumpleaños. Había acudido, junto con otros invitados, a la
merienda que su familia organizó en su honor. Fernando compartía el mismo gusto
que su padre por el mundo castrense y ese primer día Cuqui escuchó que le
aguardaba un futuro prometedor. Y así fue, no pudo irle mejor.
Fernando, su Fernando, que bueno ha sido siempre. Le ha permitido todos
los caprichos, la ha tratado como a una reina sin pedir nada a cambio; bueno
sí, hubo algo, quiso tener un hijo. A regañadientes Cuqui accedió, pero con la
condición de que contratarían una niñera interna y que no daría el pecho al
pequeño.
¿Pequeño? Pequeño no, eran gemelos. ¡Dios mío, me voy a poner
gordísima! ¿Cómo voy a parir a dos? ¡Qué dolor! Se quejaba la joven que con
veinticinco años era una mujer muy bella y elegante. Por más que su esteticista
le proporcionó tratamientos caros, le salieron estrías que Cuqui tuvo que
esconder, pasando de los bikinis a los bañadores más exclusivos de las primeras
firmas.
Los niños, dos chicazos sanos y robustos, no le dieron quebraderos de
cabeza. Crecieron llamándola por su nombre y sintiéndose más unidos a la niñera
que les cuidaba día y noche que a su propia madre.
Cuqui seguía haciendo la misma vida que antes de quedarse encinta:
clases de pilates, aperitivos y comidas con sus amigas, partidas de bridge
en el club, rebajas en Londres, un viaje al año a Nueva York y, por supuesto,
asistencia a los desfiles de modas de Paris, Roma y Berlín. Compartía sus
aficiones con sus amigas, pero sobre todo con Mapi; las otras se habían ido
despegando del grupo a medida que habían formado sus propias familias.
Los gemelos habían continuado los pasos del padre estudiando la carrera
militar y con veinticinco años se habían independizado. Jorge se fue a vivir
con un amigo y Borja con su novia.
Cuqui abre los ojos cuando Fernando enciende la luz del salón y
comienza a masajearle los hombros. Él sabe de su tristeza igual que intuye que
no puede ayudarla. Su mujer no comprende que este ilusionado. Piensa que le
hará viejo. “Y encima gemelos…” le había comentado mientras cenaban. Por más
que había intentado hacerle comprender que era algo natural, ella no lo veía
así.
Por fin Cuqui parece reaccionar, se vuelve hacia su esposo y tomándole
de las manos se queja.
—No quiero ser como algunas de mis amigas que no paran de hablar de sus
nietos. Son pesadas: que si el niño ha crecido, que si no puede hacer caquitas,
que si… ¡yo qué sé!
—Cariño, tienes que asumirlo y disfrutar de esta nueva etapa.
Ella sabe que su marido tiene razón. El mismo consejo le dio su
psicólogo cuando comentó con él lo mal que se sentiría si sus vástagos procrearan.
Aún así se niega a dejar de ser joven y ¿qué puede ser peor para sentirte
anciana que tener nietos?
—Una cosa le voy a pedir a Borja: de ninguna manera quiero que me llamen abuela.
—Una cosa le voy a pedir a Borja: de ninguna manera quiero que me llamen abuela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario