miércoles, 30 de julio de 2014

RELATO BREVE - EL CURA DE SANTA MARINA



Netwriters Tintero - Tema: Olores - 23/07/2014

Luisa sonríe complacida al ver la expresión de orgullo en el rostro de su novio mientras este le va desgranando anécdotas de su niñez: los juegos en los prados con sus amigos cuando llevaban a pastar a las vacas, las misas dominicales en las que a veces actuaba como monaguillo, los entierros a los que asistía el pueblo al completo, las fiestas con orquesta en la plaza, los carnavales …

Hace un año la pareja ni siquiera se conocía, pero el destino hizo que Gerardo fuera a cenar al restaurante donde ella trabajaba como sumiller y la química entre ambos se ocupó del resto.

Han llegado el día anterior a Lago, en el Bierzo natal de Gerardo, para recoger su partida de bautismo porque están preparando su boda. Tenían que verse con el Padre Fermín a las once en Santa Marina, la única iglesia del pueblo, pero ya son las once y media y el cura no ha aparecido. Optan por esperar diez minutos más y mientras tanto contemplan la espléndida vista de la laguna desde el enclave privilegiado de esta iglesia medieval. Pasado ese tiempo y preocupados por haber hecho el viaje en vano, se acercan a casa de Carmen, la sacristana. 

Gerardo llama a la puerta y aparece una mujer de mediana edad con la cara curtida por el trabajo en el campo. 

—Habíamos quedado con el párroco a las once y aún no ha llegado. Le hemos llamado pero no coge el teléfono, ¿sabes algo de él? —pregunta Gerardo después de hacer las presentaciones.

—Hace un buen rato que ha pasado por aquí el Pascual y me ha dicho que le ha visto. ¿Os habéis llegado hasta la sacristía? 

—No, las puertas de la iglesia están cerradas.

—Esperad, cojo las llaves y os acompaño —propone Carmen.

A grandes zancadas bajan por la calle que conduce a la iglesia.

—Tiene que estar dentro, ese es su coche —dice la mujer señalando un utilitario aparcado en el camino.

Carmen gira la llave de la entrada principal y pasan al recinto sagrado. Luisa, por deformación profesional, cierra los ojos y aspira los aromas que rezuma el lugar. Reconoce el olor a humedad de las piedras, la cera de las velas y el incienso mezclado con un perfume idéntico al que notó cuando saludó a la sacristana. 

Se dirigen a la sacristía por el pasillo lateral. Carmen abre la puerta y enciende la luz de la estancia. En el suelo, en medio de un charco de sangre, se encuentra el cuerpo del Padre Fermín. Gerardo, impresionado, llama a emergencias, a la vez que Luisa, más tranquila, se acerca al cura para tomarle el pulso y observa que este sujeta una medalla en su mano derecha. Mientras lo hace, no deja de percibir el mismo perfume, pero ahora más intenso.

—¡Este hombre está muerto! —exclama la joven mirando a sus acompañantes.

—Vamos afuera, aquí podríamos contaminar las pruebas de lo que parece ser un asesinato —indica Gerardo.

Cuando salen, Luisa sujeta a Carmen por los hombros intentando consolarla ya que la mujer no para de llorar. 

Pasado un rato Carmen está más tranquila y Gerardo le pregunta por la hora en la que Pascual ha visto al cura. Aunque sabe que no le corresponderá a él realizar la investigación, no puede dejar de ejercer su oficio de inspector de policía.

—No sé, estaba cortando unas flores en el jardín de la entrada para colocar en el altar cuando pasó el Pascual. Serían sobre las diez, es la hora a la que Don Fermín llega habitualmente.

—¿Sabes si se llevaba mal con alguien? —continúa Gerardo.

—¡No, por Dios! —antes de continuar hablando Carmen parece dudar, pero después de unos segundos prosigue—. Bueno, robaron el dinero de la colecta hace un mes. Tuvo que ser alguien del pueblo. Yo que tú interrogaría al Pascual. Se junta con malas compañías y se está convirtiendo en un canalla. Mira por ahí, seguro que intentó robar y el padre le sorprendió.

Luisa, por su parte, asiste al interrogatorio callada, no deja de observar a la mujer y de analizar sus gestos. Algo está rondando en su cabeza.

—Gerardo, ¿te importa si entro un momento? No tocaré nada —promete Luisa.

Pasados un par de minutos la joven sale de la iglesia.

—Carmen, cuando venga la policía debería decir la verdad. Con las pruebas de ADN será muy fácil demostrar que fue usted la que asesinó al Padre Fermín.

—¿Yo? ¿Por qué querría yo matarle? — pregunta mirando a Gerardo en busca de su ayuda. 

—Usted y el cura tenían una relación ¿verdad? —continúa Luisa.

Los nervios hacen mella en Carmen que no sabe qué hacer, se frota las manos con impaciencia, mira a Gerardo, luego a Luisa, de sus ojos empiezan a brotar las lágrimas, no puede más y por fin se desmorona.

—El domingo pasado me pareció verle con otra mujer. ¡Él, que nunca consintió que nos vieran juntos! Esta mañana yo estaba en el altar arreglando las flores cuando Don Fermín ha llegado y le he seguido hasta la sacristía para exigirle una explicación. Una vez allí me ha besado, me ha abrazado diciendo que me quería y yo, como una tonta, le he creído, pero cuando le he pedido que colgara los hábitos por mí, me ha dicho que estaba loca. Me he enfadado, me he enfadado mucho y le he gritado que no podíamos seguir así y entonces él me ha confirmado que iba a dejarme para marcharse con la otra. Yo no quería matarle, lo juro, pero llevaba las tijeras en el bolsillo y…

—¿Cómo lo ha averiguado? —pregunta Carmen mientras esperan la llegada de la policía. 

—Por un lado la puerta estaba cerrada y había unas llaves encima del aparador de la sacristía, me imagino que las del sacerdote.  Un simple ladrón no se habría tomado la molestia de echar la llave al salir. Probablemente usted, en un acto reflejo, realizó lo que hace siempre, apagar las luces y cerrar la puerta de la iglesia. Por otro lado el Padre Fermín tenía en su mano una medalla de la Virgen del Carmen, me he fijado que usted tiene una rozadura roja en el cuello. Creo que el cura agarró su medalla cuando usted le clavó las tijeras. Con los nervios, no se ha dado cuenta de que se la había arrancado. Y por último por el olor. Usted tuvo contacto físico con él antes de matarle porque el aroma del perfume del sacerdote está impregnado en toda su piel, lo noté cuando la saludé y luego cuando se apoyó en mí al salir de la iglesia.

4 comentarios:

  1. Ya lo había leído y me ya me gustó aquella vez y me sigue gustando esta. Escribes muy bien Marga, creo que cada día lo haces con mayor seguridad. ¡Enhorabuena!

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  2. Ains, mi amiga, con que buenos ojos me mira... Gracias por comentar cariño.

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  3. Me alegro de conocer este blog porque he disfrutado de este buen relato de suspense.

    Un abrazo, Marga.

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    1. A mi también me alegra que te guste. Gracias por comentar.

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