domingo, 15 de febrero de 2015

RELATO BREVE - ¡AY LOS NIETOS!

Son las cinco de la mañana y la circulación por la calle Velázquez es insignificante, sólo algún trasnochador circula a gran velocidad haciendo caso omiso de los semáforos. Cuqui, al lado de la ventana, mira sin ver a través de los cristales. Pasados unos minutos cierra las cortinas y se recuesta en un sillón. Sabe que la noticia que les ha transmitido su hijo Borja esa misma tarde marcará su existencia de una manera radical. ¿Cómo será capaz de asumirlo?

Cierra los ojos e intenta recordar cuando empezaron a llamarla Cuqui. De pequeña no, seguro; su tata la llamaba señorita y sus padres nena. Siguió siendo la señorita en el internado de Suiza donde transcurrió su adolescencia. Al volver a Madrid; sí, debió de ser entonces. Por aquel tiempo empezó a salir con una pandilla que conoció en el club de campo. ¡Qué bien lo pasaba con Pochi, Curri, Mapi y los chicos!

Ahora recuerda que fue Mapi la que comenzó a llamarla Cuqui porque consideraba que Brígida era vulgar. Sin duda alguna ha sido su mejor amiga, la que más la conoce y la que siempre la ha apoyado en todo.
                   
La primera vez que vio al que ahora es su marido, fue en la celebración de su vigésimo cumpleaños. Había acudido, junto con otros invitados, a la merienda que su familia organizó en su honor. Fernando compartía el mismo gusto que su padre por el mundo castrense y ese primer día Cuqui escuchó que le aguardaba un futuro prometedor. Y así fue, no pudo irle mejor.
                          
Fernando, su Fernando, que bueno ha sido siempre. Le ha permitido todos los caprichos, la ha tratado como a una reina sin pedir nada a cambio; bueno sí, hubo algo, quiso tener un hijo. A regañadientes Cuqui accedió, pero con la condición de que contratarían una niñera interna y que no daría el pecho al pequeño.

¿Pequeño? Pequeño no, eran gemelos. ¡Dios mío, me voy a poner gordísima! ¿Cómo voy a parir a dos? ¡Qué dolor! Se quejaba la joven que con veinticinco años era una mujer muy bella y elegante. Por más que su esteticista le proporcionó tratamientos caros, le salieron estrías que Cuqui tuvo que esconder, pasando de los bikinis a los bañadores más exclusivos de las primeras firmas.

Los niños, dos chicazos sanos y robustos, no le dieron quebraderos de cabeza. Crecieron llamándola por su nombre y sintiéndose más unidos a la niñera que les cuidaba día y noche que a su propia madre.

Cuqui seguía haciendo la misma vida que antes de quedarse encinta: clases de pilates, aperitivos y comidas con sus amigas, partidas de bridge en el club, rebajas en Londres, un viaje al año a Nueva York y, por supuesto, asistencia a los desfiles de modas de Paris, Roma y Berlín. Compartía sus aficiones con sus amigas, pero sobre todo con Mapi; las otras se habían ido despegando del grupo a medida que habían formado sus propias familias.

Los gemelos habían continuado los pasos del padre estudiando la carrera militar y con veinticinco años se habían independizado. Jorge se fue a vivir con un amigo y Borja con su novia.

Cuqui abre los ojos cuando Fernando enciende la luz del salón y comienza a masajearle los hombros. Él sabe de su tristeza igual que intuye que no puede ayudarla. Su mujer no comprende que este ilusionado. Piensa que le hará viejo. “Y encima gemelos…” le había comentado mientras cenaban. Por más que había intentado hacerle comprender que era algo natural, ella no lo veía así.

Por fin Cuqui parece reaccionar, se vuelve hacia su esposo y tomándole de las manos se queja.

—No quiero ser como algunas de mis amigas que no paran de hablar de sus nietos. Son pesadas: que si el niño ha crecido, que si no puede hacer caquitas, que si… ¡yo qué sé!

—Cariño, tienes que asumirlo y disfrutar de esta nueva etapa.

Ella sabe que su marido tiene razón. El mismo consejo le dio su psicólogo cuando comentó con él lo mal que se sentiría si sus vástagos procrearan. Aún así se niega a dejar de ser joven y ¿qué puede ser peor para sentirte anciana que tener nietos?

—Una cosa le voy a pedir a Borja: de ninguna manera quiero que me llamen abuela.

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