viernes, 6 de marzo de 2015

RELATO BREVE - ¡AY, SANTIAGO!

Una noche de verano me pediste relaciones. ¡Ay, Santiago! Si tú supieras la de veces que me había escondido tras los visillos para verte pasar. ¡Qué buen mozo eras, el más guapo! El día de la fiesta me acompañaste hasta mi casa después del baile y me dijiste que era más bonita que cualquiera de las estrellas del firmamento. Entonces supe que mi corazón siempre sería tuyo. Tanto tu familia como la mía celebraron nuestro noviazgo y organizaron una boda por todo lo alto. Se hizo una comilona en la plaza, ¿te acuerdas?  Vino todo el pueblo y nos sorprendió el amanecer con la música del acordeón de tu primo Eusebio.
 
Esa noche de verano, ya en nuestra habitación, todos los poros de mi piel se enamoraron de ti. Después de las cosas que había oído, estaba atemorizada, pero tú supiste hacerme mujer con delicadeza y paciencia… ¡Ay Santiago, cómo te he echado de menos todos estos años!  Después de ti no ha habido otro hombre y no te creas, que pretendientes no me han faltado.  ¿Recuerdas que te prometí que sería sólo tuya? Pues lo cumplí y bien orgullosa que me siento.

¿Te acuerdas de la noche de verano en que me puse de parto? Tuviste que salir corriendo a llamar a la comadrona. Recuerdo que la mujer lloraba mientras me atendía. “La guerra no puede traer nada bueno”, decía. Mi madre le contestaba que en nuestro pueblo no nos enteraríamos, que no pasaría nada; y pasó, ya lo creo que pasó. ¡Ay Santiago! Ni en la peor de mis pesadillas me habría atrevido a soñar que te arrebatarían de mi lado.

Aquella noche de verano te subieron a un camión mientras yo suplicaba con nuestra hija en brazos. Grité y rogué que no te llevaran, pero no me hicieron caso. Fue la última vez que te vi, y tú me decías que no me preocupara, que volverías… Esos malnacidos eran del pueblo de al lado y habíamos sido amigos, incluso algunos, familiares lejanos. ¡Ay Santiago! ¿Qué pasó para que se convirtieran en monstruos?

Una noche de verano tres años después, se acabó el miedo, sin embargo comenzó el horror y la miseria. ¡Cuántas necesidades pasamos, Santiago! Ya lo sabes, porque todas las noches hablaba contigo, bueno, con tu foto que siempre ha estado sobre mi mesilla; como estoy haciendo ahora. Las envidias y las antiguas disputas dieron lugar a denuncias egoístas que no llevaron sino el dolor a muchos hogares. ¡Cómo te he añorado! Mi único consuelo era que te sentía a mi lado.  


¿Qué te estaba diciendo? ¡Ah, sí! Te hablaba de nuestra familia. Nuestra hija sólo me ha dado satisfacciones y yo le he hablado mucho de ti, no te creas. Hace poco hemos tenido un bisnieto y le han puesto tu nombre. Estoy empezando a ser una carga para nuestra niña; los años no perdonan y la cabeza se me va de vez en cuando. ¿Sabes una cosa? Por fin mi corazón está cansado; ya le quedan pocos latidos. Y no vayas a pensar que me da pena dejar este mundo. Todo lo contrario,  porque estoy segura de que me reuniré contigo. Santiago, sólo te pido una cosa, ven a buscarme en una noche verano.

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