lunes, 6 de julio de 2015

RELATO BREVE - LA CERILLERA DEL MOULIN ROUGE

Hacía tres años que la Primera Guerra Mundial había terminado, tres años aguardando la vuelta de su amado Jean Pierre, tres años de desasosiego. Nunca le perdonaría haber roto la promesa que le hizo desde la ventanilla del tren que le conduciría al frente. “¡Espérame, volveré muy pronto! La última noticia que tuvo de él llegó a través de una carta escrita antes de la segunda batalla de Marne y que
Juliet recibió cuando la tinta en el tratado del armisticio estaba ya seca.

Los compañeros que regresaron, cansados, pero orgullosos de su papel en la gran contienda, no arrojaron luz sobre su paradero. No figuraba como caído, tampoco como desaparecido o prisionero; simplemente se había desvanecido.

Los recuerdos de Jean Pierre, junto con la lluvia que caía a raudales en esa noche de otoño, causaban en Juliet una sensación de indefensión, un malestar que le subía desde el estómago hasta la garganta. Se vistió con el uniforme y se maquilló para disimular las ojeras originadas por tantas noches de insomnio. En el trabajo, que su amiga Margot le había conseguido como cerillera en el Moulin Rouge, su jefe le había dejado claro que el público acudía allí para divertirse y que ella debía ofrecerles la mejor de sus sonrisas. Dejó su oscuro apartamento con vistas al cementerio de Montmartre y caminó sorteando los charcos hasta el cabaret.

Desde una esquina de la sala se fijó en los clientes que habían empezado a ocupar las mesas. Las damas, con vestidos de lentejuelas, boas, largos collares de perlas, plumas y un intenso maquillaje, y los hombres, ataviados con trajes, pañuelos en los bolsillos y calcetines combinados con zapatos de dos tonos, irradiaban sensualidad y marcaban el contrapunto entre el esnobismo de las clases pudientes y  la miseria provocada por la guerra. La función empezaría en diez minutos y para entonces los camareros tendrían que hacer malabarismos para llegar a las mesas con las bebidas.

Unos clientes habituales, con gestos, le indicaron que se acercara. Cuando volvía hasta su rincón después de atenderles, tropezó con una mujer y parte de la mercancía que llevaba en la bandeja cayó al suelo. El acompañante se agachó para ayudarla y Juliet le dio las gracias. Al incorporarse sus ojos se encontraron. La pareja se marchó sin reparar en el efecto que este tropiezo había ocasionado en la joven.

—¿Sabes quién era esa pareja? —preguntó Juliet con voz entrecortada a otra cerillera que había visto la escena.

—Son Jean Pierre Algoud y su mujer. Acaban de regresar. Han estado dando la vuelta al mundo durante un año y, después de la función, darán una fiesta privada a sus amistades —contestó.

Juliet salió a la calle; se ahogaba. Corrió sin rumbo intentando dejar atrás la recurrente pesadilla hecha realidad. Su huida la llevó hasta el Pont de Neuilly bajo el cual las aguas del río Sena fluían veloces hacia su destino.

Sus lágrimas y la intensa lluvia la empapaban. Su vida estaba acabada. Jean Pierre, el hombre al que había añorado, al que había guardado ausencia, al que había amado con todo su ser, ni siquiera la había reconocido. Se encaramó a la barandilla y saltó.

Un fotógrafo, que en ese momento tomaba instantáneas desde un yate  por el río, vio a través de la cámara como una mujer se precipitaba al agua y, sin pensarlo, se lanzó a salvarla. La subieron al barco y consiguieron reanimarla.

Lo primero que vieron los ojos Juliet al abrirse fue una sonrisa alegre enmarcada en un rostro atractivo. Poco a poco se recuperó del golpe y consiguió articular algunas palabras.

—¿Dónde estoy? —preguntó.

—Tranquila, está a salvo, Me llamo Man Ray y usted es la mujer más hermosa que he visto en mi vida.

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