Netwriters Tintero - Tema: Cárceles - 04/06/2014
Puede
parecer que la rutina detrás de unas rejas convierte el día a día en una
sucesión de acontecimientos similares, pero la realidad es otra bien distinta,
lo he comprobado durante los tres años que llevo en el Centro Penitenciario de
Alcalá de Guadaira. Las penas y las alegrías de las internas con las que he
tenido contacto, oscilan desde la completa felicidad hasta el sufrimiento más
desgarrador.
El
primer día que traspasé la entrada de ese pequeño edificio, situado en medio
del campo, lo hice con una sensación de miedo e incertidumbre, pero poco a poco
me he ido acostumbrando.
En
general, los talleres, junto con los programas de reinserción y autoayuda promueven
las relaciones personales y hacen que el ambiente entre las reclusas se vuelva
distendido, o por lo menos esa es la teoría. La media de edad está alrededor de
los treinta y cinco, y al acabar de cumplir yo los treinta y tres, me he
integrado con un grupo de ellas de una manera cómoda. Todo ha ido sobre ruedas
y nunca me he sentido intranquila hasta hoy.
Esta
tarde Lorena, una rumana que se hace llamar así porque su nombre de pila es
impronunciable, me ha pedido que nos acercáramos a su celda. Las paredes están cubiertas
de fotos infantiles de los hijos de Lola, su compañera, una colombiana a la que
pillaron con una maleta cargadita de droga. Le han caído siete años y cuenta
los días que le quedan para volver a su país y abrazar a sus chiquillos.
Lorena
es muy introvertida y nunca me ha querido hablar del porqué de su condena,
aunque yo sé por otras fuentes que le han impuesto doce años y un día por trata
de mujeres. Por eso, cuando me ha dicho que me sentara, porque quería
desahogarse conmigo, he aceptado de buena gana. Me ha contado que las mujeres
que la denunciaron no vinieron engañadas a España.
—Yo
ya vivía aquí, tenía papeles y mi Pedro me convenció para que volviera a mi
país y contactara con las putas más guapas del barrio chino. Les ofrecimos el mismo trabajo que hacían allí y ellas estuvieron de
acuerdo.
Después
de quince minutos he notado que muchos detalles se los estaba inventando sobre
la marcha y eso me ha puesto en guardia. En dos ocasiones una funcionaria ha
pasado por delante de la puerta, yo podía haber aprovechado para salir de allí,
pero Lorena me tenía agarrada del brazo y no dejaba que me fuera. No me
interesa ponerla en mi contra y por eso he aguantado las mentiras que me
contaba de una manera estoica. Durante un rato he temido que se estuviera
cociendo una revuelta y me quisieran como rehén ya que sabían que aunque me
llevaba bien con la mayoría de ellas, no las apoyaría. Mi desazón principal ha sido que me voy a casar
dentro de dos días y no quiero que nada estropease mi gran día.
Después
de treinta minutos, la funcionaria ha entrado en la celda acompañada por
Marcela, la directora de la prisión.
—Lorena,
baja al patio. Hay alguien que te busca —le dijeron.
Antes
de irse y quedarme a solas con la directora, las tres mujeres se han mirado con
una sonrisa cómplice. Marcela se ha sentado a mi lado y me ha dicho:
—Espera,
quisiera preguntarte un par de cosas, serán cinco minutos.
Las
preguntas se han basado en mi relación con las reclusas y antes de salir de la
celda me ha agradecido el trato que yo les dispensaba.
Nos
hemos encaminado hacia el patio y mi sorpresa ha sido descomunal. Me he
encontrado con que la gran mayoría de las internas estaban allí reunidas. En
medio habían preparado un escenario con
un tocadiscos y toda la explanada estaba llena de guirnaldas y de flores de
papel hechas por ellas mismas. En una pancarta a modo de recibimiento se lee:
“Fiesta de despedida de soltera para la mejor trabajadora social del mundo”
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