Medalla de
bronce en Netwriters Tintero - Tema: Banquetes - 18/06/2014
Ana
tuvo tres hijos con Felipe Santos, dueño de una envasadora de aceite de un
pueblo situado en La Campiña de Jaén, en la que ella había entrado a trabajar
como secretaria. Al poco tiempo acabaron revolcándose en el despacho,
concibieron a Enrique y organizaron una boda urgente antes de que se le
empezara a notar la barriga. La fatalidad hizo que se quedara viuda muy joven
ya que el día que parió a su hija pequeña, Felipe lo celebró en un burdel del
que era cliente habitual y de vuelta a casa, con varias copas de más, chocó de
frente contra un camión.

Ana
ha sufrido una operación para quitarse un tumor y su estado de salud ha quedado
tan resentido que utiliza una silla de ruedas para desplazarse.
—Con
lo que era la señora… —comenta el servicio—. Trabajando toda la vida para sacar
a sus hijos adelante y ahora mírala.
La
cena de Nochevieja es la celebración en la que la familia al completo se reúne.
Han invitado a Benito que, al ser un soltero vocacional, se ha sentido muy
unido a ellos. Entran todos en el comedor y Ana se sitúa a la cabecera de la
mesa. La velada transcurre de una manera alegre, como siempre que están juntos.
Después
de las uvas, y con los niños acostados, se disponen a escuchar el discurso
tradicional de Ana. Esa noche es la primera vez que no se levanta de la silla
para hablar y también la primera que no tiene un guión escrito de antemano.
—Hoy
hemos sido once los sentados a esta mesa. La próxima Nochevieja no sé cuántos seréis,
ni siquiera sé si cenaréis juntos, pero puedo aseguraros que yo no lo veré.
—¡Venga
mamá, no digas tonterías! —exclama su hijo Ignacio—. Lo que debes hacer es
cuidarte más.
—Por
favor, lo que tengo que decir es importante y no quiero interrupciones.
Una
vez que todos asienten, como hacen siempre que mamá les ordena algo, continúa.
—Empezaré
por ti, Enrique. Sé que desde hace años tienes una amante en Barcelona, e
incluso tienes un hijo con ella. Tu mujer lo sabe, sin embargo no le importa
porque ella está liada con Pascual, el hijo del alcalde. Pero eso no me
incumbe, me afecta más el dinero que sacas de la empresa para mantenerles.
Mientras
habla les mira sonriendo al tiempo que ellos, rojos como tomates, no saben qué
decir. Benito se levanta de su silla y se excusa.
—Creo
que yo no debería asistir a esta conversación. No soy de la familia. Si me
disculpáis, me marcho.
—De
eso nada —contesta Ana alzando la voz—. Tú te quedas. No eres de la familia,
es cierto, pero dos de mis hijos son también tuyos: el mediano y la pequeña. Y
aunque nunca te lo dije, tú lo suponías.
Benito,
resignado, se deja caer en su asiento.
—Ignacio,
es tu turno. ¿Crees que soy tan tonta como para no darme cuenta de que nos
estás estafando? El juego y la coca acabarán destruyendo tu vida. Espero que tu
mujer pueda ayudarte, si la relación que mantiene con el señor párroco le deja
tiempo.
—Y
ahora tú, Victoria, tienes 48 años y nunca has sido sincera conmigo. Has salido
a tu padre, te gustan las mujeres. Si me lo hubieras dicho me hubiera
importado, claro está, pero lo habría admitido. Tus miedos no te habrían
obligado a consultar con los abogados la mejor forma de incapacitarme.
Ana
da media vuelta en su silla de ruedas y cuando llega a la puerta del comedor se
vuelve para decir unas últimas palabras.
—No
creo que os vuelva a ver. ¡Que os vaya bien!
Por
la mañana, cuando la enfermera llega para darle su medicación, se la encuentra
muerta en la cama, todo está como siempre, pero hay algo que le llama la atención, la sonrisa
enigmática que muestran sus labios. Avisa al médico de inmediato y este, después
de examinar el cuerpo, confirma que la causa de la muerte ha sido por
envenenamiento.
Este relato me gustó mucho. Sabemos que no hay nada mejor que un buen discurso detrás de los postres para hacer una buena digestión, pero el de tu protagonista es de primera página de sucesos. Besines, cada día mejor escritora.
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