domingo, 22 de junio de 2014

RELATO BREVE - EL DISCURSO

Medalla de bronce en Netwriters Tintero - Tema: Banquetes - 18/06/2014
                                                  
Ana tuvo tres hijos con Felipe Santos, dueño de una envasadora de aceite de un pueblo situado en La Campiña de Jaén, en la que ella había entrado a trabajar como secretaria. Al poco tiempo acabaron revolcándose en el despacho, concibieron a Enrique y organizaron una boda urgente antes de que se le empezara a notar la barriga. La fatalidad hizo que se quedara viuda muy joven ya que el día que parió a su hija pequeña, Felipe lo celebró en un burdel del que era cliente habitual y de vuelta a casa, con varias copas de más, chocó de frente contra un camión.
Con la ayuda de Benito, mano derecha de su difunto esposo y amigo personal de la pareja, Ana, tardó poco en hacerse con las riendas del negocio. Ahora Enrique lleva la comercialización del aceite, Ignacio ayuda a su madre a dirigir la empresa y Victoria, que no ha querido saber nada del negocio, pasa el tiempo intentando vender, con poco éxito, los cuadros que pinta.
Ana ha sufrido una operación para quitarse un tumor y su estado de salud ha quedado tan resentido que utiliza una silla de ruedas para desplazarse.
—Con lo que era la señora… —comenta el servicio—. Trabajando toda la vida para sacar a sus hijos adelante y ahora mírala.
La cena de Nochevieja es la celebración en la que la familia al completo se reúne. Han invitado a Benito que, al ser un soltero vocacional, se ha sentido muy unido a ellos. Entran todos en el comedor y Ana se sitúa a la cabecera de la mesa. La velada transcurre de una manera alegre, como siempre que están juntos.
Después de las uvas, y con los niños acostados, se disponen a escuchar el discurso tradicional de Ana. Esa noche es la primera vez que no se levanta de la silla para hablar y también la primera que no tiene un guión escrito de antemano.
—Hoy hemos sido once los sentados a esta mesa. La próxima Nochevieja no sé cuántos seréis, ni siquiera sé si cenaréis juntos, pero puedo aseguraros que yo no lo veré.
—¡Venga mamá, no digas tonterías! —exclama su hijo Ignacio—. Lo que debes hacer es cuidarte más.
—Por favor, lo que tengo que decir es importante y no quiero interrupciones.
Una vez que todos asienten, como hacen siempre que mamá les ordena algo, continúa.
—Empezaré por ti, Enrique. Sé que desde hace años tienes una amante en Barcelona, e incluso tienes un hijo con ella. Tu mujer lo sabe, sin embargo no le importa porque ella está liada con Pascual, el hijo del alcalde. Pero eso no me incumbe, me afecta más el dinero que sacas de la empresa para mantenerles.
Mientras habla les mira sonriendo al tiempo que ellos, rojos como tomates, no saben qué decir. Benito se levanta de su silla y se excusa.
—Creo que yo no debería asistir a esta conversación. No soy de la familia. Si me disculpáis, me marcho.                                   
—De eso nada —contesta Ana alzando la voz—. Tú te quedas. No eres de la familia, es cierto, pero dos de mis hijos son también tuyos: el mediano y la pequeña. Y aunque nunca te lo dije, tú lo suponías.
Benito, resignado, se deja caer en su asiento.                            
—Ignacio, es tu turno. ¿Crees que soy tan tonta como para no darme cuenta de que nos estás estafando? El juego y la coca acabarán destruyendo tu vida. Espero que tu mujer pueda ayudarte, si la relación que mantiene con el señor párroco le deja tiempo.
—Y ahora tú, Victoria, tienes 48 años y nunca has sido sincera conmigo. Has salido a tu padre, te gustan las mujeres. Si me lo hubieras dicho me hubiera importado, claro está, pero lo habría admitido. Tus miedos no te habrían obligado a consultar con los abogados la mejor forma de incapacitarme.
Ana da media vuelta en su silla de ruedas y cuando llega a la puerta del comedor se vuelve para decir unas últimas palabras.
—No creo que os vuelva a ver. ¡Que os vaya bien!
Por la mañana, cuando la enfermera llega para darle su medicación, se la encuentra muerta en la cama, todo está como siempre, pero hay algo  que le llama la atención, la sonrisa enigmática que muestran sus labios. Avisa al médico de inmediato y este, después de examinar el cuerpo, confirma que la causa de la muerte ha sido por envenenamiento.

1 comentario:

  1. Este relato me gustó mucho. Sabemos que no hay nada mejor que un buen discurso detrás de los postres para hacer una buena digestión, pero el de tu protagonista es de primera página de sucesos. Besines, cada día mejor escritora.

    ResponderEliminar