Conchi
es enfermera y sabe como taponar la herida producida por un disparo. Su deseo
en esos momentos es mirar hacia la calle por la terraza de la habitación 604,
en el hotel de Almuñecar donde nunca debían de haber ido, pero sabe que si deja
de presionar, el hombre podría desangrarse.
No sólo
llegarán los médicos, ella sabe que con
ellos también vendrá la policía y le inquieta lo que pueda pasar a partir de
ese momento.
Son las
tres de la mañana, sólo han pasado diez minutos desde que comenzó todo. Llevaba
dos noches con la almohada empapada de sudor porque el aire acondicionado no
funcionaba en condiciones y, entre ese detalle y los sofocos por la menopausia,
no conseguía conciliar el sueño. Mira que le había rogado a su marido que
reservaran un hotel en Galicia, allí tendría el descanso asegurado, pero él se
empeñó en que fueran a Granada. Si la hubiera hecho caso…, pero no, siempre
tenía que salirse con la suya.
Recuerda
que no podía dormir, miró el reloj y cada minuto que pasaba los nervios se
apoderaban de ella más y más. Se levantó y se dirigió a la terraza para fumar. Al
momento oyó pasos en el pasillo que se detuvieron al llegar a la puerta de la
habitación. Notó como se movía el picaporte y se asustó. Salió y se escondió.
No entiende porqué no chilló para que el
intruso desistiera, pero no tuvo valor. Quizás debería haber gritado y el desastre se hubiera
evitado.
Vio
como un hombre se acercaba hasta la cama. Después pudo observar la silueta que iba
hasta la puerta y miraba el número. Entonces el sujeto retrocedió y encendió la
luz. Preguntaba con insistencia dónde estaba Conchi, y ella, reconociéndole por
la voz, se encogió aún más en el rincón que creía seguro.
Oyó un
disparo y después Luis salió a la terraza y la encontró. Dijo que iba a
matarla. El miedo, en vez de paralizarla, hizo que sacara fuerzas aún no sabía
de dónde y se enfrentó a él. Después de un forcejeo le empujó y el hombre cayó
por la barandilla.
Conchi
empieza a temblar cuando la policía y el Samur entran en la habitación. El
inspector Fernández se presenta y le dice que salga con él a la terraza. Allí,
entre sollozos, le cuenta lo sucedido. Ahora que Carlos está siendo atendido
puede dar rienda suelta a los nervios.
—Fue
usted muy valiente, señora —asegura el inspector—. El individuo que cayó desde aquí
ya no volverá a atacar a nadie, ha muerto. Ya puede usted volver con su marido,
y acompañarle al hospital. Espero que se salve. Por cierto ¿el arma es de
ustedes o la trajo el ladrón?
—Señor
inspector, creo que hay un malentendido. Mi esposo se había ido a Cáceres unos
días para cerrar un negocio y no debía volver hasta mañana. El de la habitación
es un amigo especial. Mi marido es… —dijo señalando hacia la calle con la
cabeza.
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