Corría
el año 1931 y a los padres de Begoñita poco les importaba que el rey Alfonso
XIII se hubiera exiliado, que Alcalá Zamora dirigiera el gobierno provisional y
que dos mujeres hubieran sido elegidas diputadas. Les traía sin cuidado el
republicanismo conservador, la guerra del Rif y la reforma agraria. Su único interés versaba en que las vacas
dieran buena leche, que las gallinas pusieran huevos y que los cerdos se
criaran gordos para abastecer la despensa después de la matanza. Entre este
ambiente rural y la escuela como lugar de asueto, se crió la niña y conoció la
vida que le esperaba.
Al llegar
a la juventud se echó de novio a un muchacho del pueblo vecino. Aunque la joven
había oído que sus galanterías no iban sólo en su dirección, prefería no hacer
caso a los rumores y seguir haciendo planes de futuro junto a él.
Uno de
tantos días, cuando bajó a lavar, vio un libro que asomaba entre unas piedras.
Dejó de lado su obligación y se dedicó a hojearlo. Al llegar unas paisanas con
los cántaros en busca de agua, lo guardó en un bolsillo del mandil para leerlo en
cuanto tuviera ocasión. El momento llegó antes de lo esperado; ese día el
hermano que debía llevar las vacas a pastar tuvo fiebre y ella ocupó su lugar. Una
vez en el prado, se sentó y comenzó la lectura.
Hablaba
de una joven que se llamaba como ella y que había nacido en un pueblo como el
suyo. La protagonista había sufrido el maltrato de su marido, pero, por fortuna,
él la había abandonado. Para evitar ser la comidilla de todos, se trasladó a
Madrid donde conoció a un importante ministro. El hombre la introdujo en sus
círculos sociales y, poco a poco, la influencia de la mujer se dejó ver en sus
decisiones políticas. La historia tenía un final feliz porque la pareja, aún
sin pasar por la vicaría, vivió feliz el resto para siempre.
Begoñita
vio en la narración una señal, un aviso de lo que podría llegar a ser su vida
futura si se casaba con un novio casquivano y volvió a su casa dispuesta a
cambiar su destino. Para ello encontró la solución en la figura de un joven de
la capital que había conocido durante las fiestas. El flechazo había sido
instantáneo y prometieron escribirse. La joven a base de papel y pluma dio
forma a una relación que terminó los dos años más tarde en el altar.
Después
de la boda, mientras preparaba la maleta para el viaje, encontró en el armario
el libro que tanto la había impresionado. Acarició su portada y le agradeció
haberla abierto los ojos y alejado de un futuro que nada tenía que ver con sus ensueños.
Su
felicidad fue efímera. Por problemas en el parto, la joven murió sin saber que
había tenido una niña a la que le pusieron su mismo nombre. Manuel al no poder
cuidarla, la llevó con sus abuelos maternos y así fue como la niña fue criada
en el mismo ambiente que su madre, aunque con más comodidades.
Durante
el año 1971, con una nieta de dieciocho años, los abuelos seguían más
interesados en sus animales y en su huerta que en lo que sucedía en España,
pero Begoña, que pasaba temporadas con su padre, se había enterado, entre otras
muchas noticias, de que había un príncipe Juan Carlos, que los Estados Unidos
luchaban contra Vietnam y que se había fundado la Asociación de Mujeres
Empresarias. Un día encontró el libro y lo que leyó la dejó impresionada. Lo volvió
a dejar en su sitio y tomó una decisión: su futuro estaba escrito en aquella
historia. Se trasladó a Madrid y estudió Derecho para meterse en política. Tres
años más tarde se casó con un compañero de clase y sus aspiraciones se
enfocaron en una sola dirección: cuidar de su pequeña Bego.
En el
año 2011, Bego acudió al pueblo de sus bisabuelos para vaciar la casa y ponerla
a la venta. En un armario encontró un libro titulado Su Futuro. A medida que pasaba las páginas, revivió su pasado ya
que ella había sufrido maltrato. En cuanto a su futuro, ella misma lo había escrito.
Se dedicaba a la política y su carrera no podía ser más brillante.
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