sábado, 17 de octubre de 2015

RELATO BREVE - UN CRUCERO MÁS


—Por algún motivo nos encontramos —dice el hombre a una mujer que se encuentra a su lado en esos momentos—. Que ambos viajáramos solos fue un designio del destino. La primera vez que paseamos por cubierta hacía frío. Me quité la chaqueta y te cubrí los hombros. Sin querer, mis dedos rozaron tu piel y mi cuerpo vibró. Cuando me miraste, no hicieron falta las palabras. Supe que en tu vida el sufrimiento era la tónica general y quise transmitirte un consuelo que, a su vez, yo mismo necesitaba. Estaba previsto un temporal, pero no de tal magnitud. Un movimiento brusco nos arrojó al suelo. Te ayudé a levantarte y cogiéndote por los hombros fuimos a refugiarnos a mi camarote. Tenías miedo de estar sola con esa tormenta y yo de que tú tuvieras miedo. Nada más llegar, el vaivén fue demasiado para mi pobre estómago, que empezó a protestar. ¡Vaya primera noche contigo! Cuando desperté te habías ido. Un mensaje en el espejo del baño, escrito con pintalabios, anunciaba nuestro próximo encuentro: después de desayunar, en la piscina.

»Te observé desde la distancia; estabas sobre una tumbona. Al verme me sonreíste y reconocí en tus labios una promesa de amor eterno. Se me desbocó el corazón. Después de la cena nos apoyamos en la barandilla y me sugeriste que acudiéramos a mi camarote. Fue nuestra primera noche de amor. Formamos parte de un universo únicamente nuestro. El blanco y negro dejó paso a colores pastel donde se mezclaron jadeos, suspiros y sonidos de deseo.

»La mañana del tercer día volví a despertarme solo. ¿Cómo explicar la sensación de abandono?  Busqué algún mensaje que me indicara dónde podría encontrarte. Fui de un restaurante a otro intentando localizar tu silueta. Hasta por la noche no te encontré e ibas del brazo de un hombre. Volví a mi camarote sin que me vieras. Tomé pastillas para dormir y entre sueños me pareció sentirte entre mis sábanas.

»Durante el cuarto día no salí de mi camarote, no quería tropezarme contigo y sin embargo, mi piel ansiaba fundirse con la tuya. Cuando viniste a recogerme para ir a cenar, ni siquiera te pregunté dónde habías pasado las horas anteriores. Quedaban tres noches, tras las cuales presentí que desaparecerías.

»A la mañana siguiente estabas en mi cama. La visita a Atenas nos llevó todo el día y al volver fuimos a mi habitación para saciar nuestros fuegos. Recuerdo muy poco de lo que me contaste de tu vida. Me diste un nombre, Susana, para que pudiera susurrarlo mientras te amaba. Sólo me interesaba que comenzaras una relación seria conmigo. Ahora recuerdo que me hablaste que habías embarcado con tu hermano y su mujer.

»El sexto día de crucero parecías rara, pero lo achaqué a que era la última noche que pasaríamos juntos. Disfrutamos de los lujos del buque y, tras la cena de gala, volvimos a mi cama. Después de hacer el amor salimos a la terraza. Me serviste una copa y te fuiste al baño. Tiré el líquido al mar; ya habíamos tomado mucho alcohol y no quería que afectase a mis facultades. Aún así, como tardabas, me adormecí. Un poco más tarde oí a un hombre que te preguntaba si me había hecho efecto el narcótico y contestaste que sí. Preferí hacerme el dormido y escuché como rebuscaba en los cajones, me imagino que para llevarse todo cuanto había de valor. ¿Por qué te quedaste aquí? No puedes contestar porque te he amordazado, ya lo veo. Cuando antes te lo pregunté me mentiste diciendo que nada de lo que oí era cierto. No eres la primera mujer que me engaña, ¿sabes? Pensé que contigo sería diferente, pero ha vuelto a suceder y no que me queda más remedio que hacer lo de siempre. Te tiraré por la borda, pero solo será un momento, luego no sentirás nada.

                      
En el muelle su médico está esperándole. La terapia de estos viajes parece sentarle bien a su esquizofrenia.

—¿Qué tal la travesía?

—Muy bien. Cada vez me gustan más estos barcos. Mañana mismo contrato otro.

—¿Has tomado tu medicación?
—Por supuesto y no he tenido alucinaciones. Todo ha transcurrido muy bien, como las otras veces. 

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