—Por
algún motivo nos encontramos —dice el hombre a una mujer que se encuentra a su
lado en esos momentos—. Que ambos viajáramos solos fue un designio del destino.
La primera vez que paseamos por cubierta hacía frío. Me quité la chaqueta y te
cubrí los hombros. Sin querer, mis dedos rozaron tu piel y mi cuerpo vibró. Cuando
me miraste, no hicieron falta las palabras. Supe que en tu vida el sufrimiento
era la tónica general y quise transmitirte un consuelo que, a su vez, yo mismo
necesitaba. Estaba previsto un temporal, pero no de tal magnitud. Un movimiento
brusco nos arrojó al suelo. Te ayudé a levantarte y cogiéndote por los hombros
fuimos a refugiarnos a mi camarote. Tenías miedo de estar sola con esa tormenta
y yo de que tú tuvieras miedo. Nada más llegar, el vaivén fue demasiado para mi
pobre estómago, que empezó a protestar. ¡Vaya primera noche contigo! Cuando
desperté te habías ido. Un mensaje en el espejo del baño, escrito con
pintalabios, anunciaba nuestro próximo encuentro: después de desayunar, en la
piscina.
»Te
observé desde la distancia; estabas sobre una tumbona. Al verme me sonreíste y
reconocí en tus labios una promesa de amor eterno. Se me desbocó el corazón. Después
de la cena nos apoyamos en la barandilla y me sugeriste que acudiéramos a mi
camarote. Fue nuestra primera noche de amor. Formamos parte de un universo únicamente
nuestro. El blanco y negro dejó paso a colores pastel donde se mezclaron
jadeos, suspiros y sonidos de deseo.
»La
mañana del tercer día volví a despertarme solo. ¿Cómo explicar la sensación de
abandono? Busqué algún mensaje que me
indicara dónde podría encontrarte. Fui de un restaurante a otro intentando
localizar tu silueta. Hasta por la noche no te encontré e ibas del brazo de un
hombre. Volví a mi camarote sin que me vieras. Tomé pastillas para dormir y
entre sueños me pareció sentirte entre mis sábanas.
»Durante
el cuarto día no salí de mi camarote, no quería tropezarme contigo y sin
embargo, mi piel ansiaba fundirse con la tuya. Cuando viniste a recogerme para
ir a cenar, ni siquiera te pregunté dónde habías pasado las horas anteriores.
Quedaban tres noches, tras las cuales presentí que desaparecerías.
»A la mañana
siguiente estabas en mi cama. La visita a Atenas nos llevó todo el día y al
volver fuimos a mi habitación para saciar nuestros fuegos. Recuerdo muy poco de
lo que me contaste de tu vida. Me diste un nombre, Susana, para que pudiera
susurrarlo mientras te amaba. Sólo me interesaba que comenzaras una relación
seria conmigo. Ahora recuerdo que me hablaste que habías embarcado con tu
hermano y su mujer.
»El
sexto día de crucero parecías rara, pero lo achaqué a que era la última noche
que pasaríamos juntos. Disfrutamos de los lujos del buque y, tras la cena de
gala, volvimos a mi cama. Después de hacer el amor salimos a la terraza. Me
serviste una copa y te fuiste al baño. Tiré el líquido al mar; ya habíamos
tomado mucho alcohol y no quería que afectase a mis facultades. Aún así, como
tardabas, me adormecí. Un poco más tarde oí a un hombre que te preguntaba si me
había hecho efecto el narcótico y contestaste que sí. Preferí hacerme el
dormido y escuché como rebuscaba en los cajones, me imagino que para llevarse
todo cuanto había de valor. ¿Por qué te quedaste aquí? No puedes contestar
porque te he amordazado, ya lo veo. Cuando antes te lo pregunté me mentiste
diciendo que nada de lo que oí era cierto. No eres la primera mujer que me
engaña, ¿sabes? Pensé que contigo sería diferente, pero ha vuelto a suceder y
no que me queda más remedio que hacer lo de siempre. Te tiraré por la borda, pero
solo será un momento, luego no sentirás nada.
—¿Qué
tal la travesía?
—Muy
bien. Cada vez me gustan más estos barcos. Mañana mismo contrato otro.
—¿Has
tomado tu medicación?
—Por supuesto y no he tenido alucinaciones. Todo ha
transcurrido muy bien, como las otras veces.
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