Medalla de plata en
Netwriters Tintero - Tema: Oscuridad - 21/05/2014

Todo
había empezado hacía una hora. La puñetera luna se escondió tras las
nubes para aliarse con un fallo en la central eléctrica de mi barrio, sumiendo
a la población en la negrura y a mí en el desasosiego más absoluto. Por suerte, el apagón me sorprendió a las ocho de la tarde cuando estaba aparcando el coche
cerca de mi urbanización.
Gracias
a las luces de los vehículos pude encaminarme hacia el portal y, una vez allí,
utilicé la luz del móvil para llegar hasta las escaleras. El estar en forma no
me libraría del cansancio que me iba a suponer subir los ocho pisos que había hasta la vivienda. Fuí contando los tramos, dos por planta, ya que los rótulos que habían quitado para pintar las paredes, y aún no los habían vuelto a
colocar. Al llegar al décimo, el miedo que tenía a la penumbra desde que era
pequeña, estaba empezando a invadirme, hice una parada muy corta, lo justo para
recuperar el aliento. Empecé a oír rumores
ininteligibles, no sabía si surgían de mi mente o de la casa de algún vecino. Marqué
el teléfono de mi novio por tercera vez
en un minuto pero las líneas continuaban colapsadas. Ya había recorrido más de la
mitad del trayecto e insegura, seguí con el ascenso. Cuando alcancé
el decimocuarto tramo no pude más y me senté a descansar. Volví a escuchar los
cuchicheos, esta vez más cercanos, y comprobé que no era mi cabeza sino un par
de inquilinos que, provistos de velas, charlaban en el descansillo.
Más
tranquila subí los dos últimos tramos y alcancé la meta. Por fin estaría a
salvo de mis aprensiones, pondría velas por toda la casa y encendería una radio
que funciona a pilas. Al ir a meter la
llave en la cerradura noté que la puerta se abría. Era absurdo, estaba segura
de que cuando salí puse la alarma y cerré con llave. Con lo maniática que soy,
la seguridad es una rutina en mí tan normal como el lavarme los dientes después
de las comidas. No sabía que hacer. Agudicé el oído y percibir susurros en alguna
de las habitaciones del fondo. Pensé que lo más seguro sería salir corriendo
escaleras abajo, pero me daba más miedo la oscuridad que la presencia de
ladrones en mi casa. A falta de otro arma, apreté el móvil con la mano derecha
y me acerqué despacio por el pasillo, concentrándome en cualquier sonido que
pudiera llamarme la atención. Para mi sorpresa, escuché jadeos provenientes de
mi alcoba.
Me
había trasladado a casa de mi novio hacía un par de meses y estábamos viviendo una
permanente luna de miel. No podía ser posible que Gerardo me estuviese engañando con
otra pero… ¿quién más podría estar en nuestra cama? La rabia y la ira me
produjeron tal estado anímico que los oídos estuvieron a punto de estallarme. Antes
de llegar a la puerta del dormitorio, tropecé con algo y me caí al suelo. La
pareja que había en la habitación debió escuchar el ruido porque de pronto se
hizo el silencio. Me levanté, enfoqué hacia la cabecera de la cama con el móvil
y no recuerdo nada más.
He
despertado en una cama que no es la mía y Gerardo está sentado a mi lado
agarrándome la mano. Como la luz ha vuelto puedo ver que con él hay una pareja.
—
Perdóname —dice el joven acercándose a mi con un vaso de agua y dos píldoras—.
Cuando entraste en nuestra habitación pensé que eras un ladrón y te golpeé con
la lámpara de la mesilla, era lo primero que encontré. No te inquietes, el
chichón no será muy grande, te hemos puesto hielo. Soy médico y he comprobado
que no tienes ninguna lesión. El dolor de cabeza se te pasará con estos
analgésicos.
—Cariño, te equivocaste —añade Gerardo—. Debiste de
subir la escalera contando los tramos pero no tuviste en cuenta la entreplanta.
Este es el séptimo piso, no el octavo. Por desgracia la cerradura de la casa de
estos vecinos está estropeada y el resbalón no debió de encajar bien cuando
entraron. Pero no te preocupes, lo arreglarán hoy mismo para que no te vuelvas
a colar en su casa.
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