Netwriters Tintero - Tema: Fotografía - 9/04/2014
Después de
tres meses de reformas en el chalet de mis padres, llegó el momento de hacer el
traslado de sus enseres desde el guardamuebles a su reluciente hogar.
Aunque era
sábado no me extrañó que mi marido no pudiera acompañarme para ayudarles pues
llevaba varios meses en los que los fines de semana los pasaba trabajando.
Mi madre
iba de un sitio para otro limpiando sobre limpio, mientras mi padre, cámara en
mano, hacía instantáneas para la posteridad.
La empresa
de mudanzas tardó dos horas en colocar los muebles. Las cajas con los libros y
el menaje quedaron aparcadas dentro del garaje a la espera de que manos
conocidas las sacaran de su letargo.
Mi padre ubicó
los libros, mientras que mi madre y yo colocamos los platos, mantelerías y
demás cacharros acumulados después de treinta años de convivencia.
Por la
tarde ya estaba casi todo organizado. Sólo quedaban un par de cajas con los
álbunes de fotografías. Al cogerlos, un retrato en blanco y negro resbaló de
entre las páginas de uno de ellos.
La recogí
y miré la imagen. Eran dos mujeres sentadas ante una máquina de coser, de aquellas
negras cuyas patas de hierro fueron expropiadas y ahora lucen en las mesas de
algunos cafés antiguos.
No recordaba
haberla visto antes y cuando le pregunté
por las protagonistas de aquel instante, mi madre me contó que la del pelo
largo era mi abuela.
—Llegó a
la capital cuando se casó. Los abuelos
vivieron de inquilinos en una habitación durante diez años y al cabo de ese
tiempo pudieron comprar un piso propio para ellos y para mí, que ya estaba de
camino.
Pregunté
entonces por la otra mujer. Tenía el pelo rizado y lucía un camafeo en el
cuello. Debía de tener la misma edad que mi abuela pero en su mirada gris se
podía descubrir una tristeza que atravesaba el papel cartón de la fotografía.
—Creo que
se llamaba Juani. Era la dueña del piso, la casera. ¡Pobre mujer!
—Pobre,
¿por qué?
—Tuvo un
hijo pero se le murió con doce años. Su marido buscó más trabajos, el
pluriempleo se llamaba, pero no porque necesitasen más dinero, sino porque no
quería estar con ella, no soportaba su dolor. Cuando no trabajaba, tampoco
paraba en casa. Alguien le contó a Juani,
que los ratos de ocio, su marido los pasaba al lado de otra mujer. Un día le
siguió. Esta foto fue tomada aquella tarde aciaga. Sólo tuvo que andar tres
manzanas para verle saludar a una señora que le esperaba en una esquina. Vio
como se besaban y la rabia la dejó paralizada. Mientras ellos entraban en un
café, ella, con las piernas temblando, cruzaba la calle para sentarse en un banco
que había en la acera de enfrente, pero tan ciega iba que no se dio cuenta de
que un camión pasaba en esos momentos. Ahí acabaron sus tristezas.
—¿Murió?
—Así fue.
Mis padres se mudaron a su piso a los seis meses del fallecimiento y para
entonces otra mujer ocupaba la cama de Juani.
Cuando
volví a mi casa mi marido no había llegado. Le llamé pero no me contestó. Apareció
a las dos de la mañana “He tenido que ir a cenar con los clientes y mañana
tengo que hacerles de cicerone” me dijo.
En la cama
estuve dándole vueltas a la historia que mi madre me había contado. A las diez
de la mañana mi marido salía por la puerta y dos minutos después lo hacía yo.
Vi que no cogía el coche sino que caminaba calle abajo. Después de quince
minutos de seguirle pude ver como una mujer le hacía gestos con la mano. Llegó
hasta ella, se besaron en los labios y subieron a un coche.
Yo me
quedé atontada, la cólera no me dejaba pensar. Un taxi venía por el otro lado de la
calle, le paré y crucé corriendo, sin mirar a mi izquierda. Se oyó un frenazo y
los gritos de algunas personas desde la acera. El coche quedó tan cerca de mí
que pude ver el susto en el rostro del conductor.
En ese momento toda la
rabia que sentía se convirtió en dejadez. Al subirme al taxi para volver a mi
casa me pareció ver a una mujer con el pelo corto y rizado, con un camafeo en
el cuello y un niño de unos doce años de la mano que me sonrió.
Una bonita foto para un estupendo relato.
ResponderEliminarGracias guapa
ResponderEliminarLos seres humanos nos creemos distintos y especiales y realmente somos bastante vulgares (o no) y repetitivos. Buen relato. Mi enhorabuena.
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