Netwriters Tintero - Tema: Reloj - 14/05/2014
Después de los rezos de vísperas, los monjes
negros, con las manos bajo los escapularios y las capuchas echadas para
resguardarse del frío, se encaminaron en fila hacia sus celdas, El suave roce
de los hábitos en el suelo quebraba el monótono silencio en el que estaba
sumido el atrio.
Ya en la celda, Bartolo se quitó el hábito y antes
de dejarlo en el banco, a los pies de la cama, lo limpió con la manta de lana
que utilizaba para taparse. Se acostó y pensó en la conversación que había oído
esa misma mañana entre el abad y Don Ernesto, el cura de la iglesia del pueblo
que tanto le apoyó para que ingresara en el monasterio cuando siendo niño
sintió la vocación religiosa. Había intentado retirarse de detrás de la puerta,
pero su curiosidad pudo más que su propósito, y escuchó:
—Parece ser que los gobernantes quieren poner un
reloj mecánico en la iglesia, del estilo del que han colocado en la Catedral de
Valencia —dijo el abad con el tono seco que utilizaba cuando se dirigía a sus
inferiores.
—Algo he oído. Por lo que sé los comerciantes están
interesados en saber los periodos de tiempo empleados por un artesano para
elaborar sus productos. Creen que el tiempo tiene un precio y quieren medirlo
sin esperar a que suenen las campanas. Les gustaría tener algo más preciso que
el reloj de sol que tenemos en la torre meridional —añadió el cura con una
sonrisa amable.
—Y a usted ¿qué le parece? —Insistió el abad.
—Pues creo que está bien. La sociedad está
evolucionando y cada vez hay más industrias que hacen más fácil la vida del
pueblo.
—Si eso es lo que piensa, no tenemos nada más de que
hablar. Puede retirarse.
—Pero señor, me ha pedido mi opinión. Usted sabe
más que yo y le ruego que me ilumine.
El abad meditó por la estancia. El paso estaba
dado y sabía que podría contar con el cura para sus propósitos.
—Está bien, Don Ernesto, siéntese y jure por Dios
que nadie sabrá lo que le voy a pedir.
—Lo juro.
—Bien, escuche. La burguesía está intentando
controlar el tiempo y, como bien sabe usted, este pertenece a Dios. Como sus representantes en la tierra somos los
únicos que debemos distribuirlo. Intentan modificar el ritmo de las horas y
nuestro San Benito de Nursia nos enseñó que se debe dividir en horas canónicas:
maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. Por eso la vida debe seguir moviéndose con
las campanadas de la iglesia. Estamos en el siglo catorce, ¿qué será de nuestra
civilización en el quince si consentimos semejante atropello? Si consiguen salirse con la suya se impondrá un
nuevo género de vida dentro de la sociedad y seguro que perderíamos feligreses.
Los relojes de misa han sido los que han marcado las horas y así debe seguir
siendo.
A Bartolo le dolía la oreja de tan pegada que la
tenía a la puerta, pero no quería quedarse sin el final de la historia. No
entendía de relojes, ni de burguesía pero sabía que dentro del despacho del
abad se fraguaba algo serio. Allí dentro estaban dos de los hombres más
importantes de su vida.
—Don Ernesto, tiene usted que usar su autoridad durante
sus sermones para que el pueblo no acepte la imposición de los gobernantes y
cuando confiese a estos últimos, amenázales con la excomunión si persisten con la
idea.
Bartolo recordaba como D. Ernesto salió cabizbajo
del despacho del abad y al pasar por su lado le dijo.
—Hijo, recuerda que aunque tu conciencia te dicte
otra cosa, la obediencia es algo que nos viene exigido por Dios.
El monje comenzó a dar vueltas en su camastro.
Estaba inquieto por la conversación que había oído y por las palabras que le
había dirigido su benefactor. Se durmió sin
poder decidir si era más importante que el pueblo tuviera una vida más
fácil como había dicho D. Ernesto o que la Iglesia continuara con su supremacía
como había manifestado el abad.
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